Después de haber vivido en una sociedad de consumo donde se perseguía el dinero con frenesí, becerro de oro en los bancos, oxígeno en las empresas, resulta que por la puñeta de haberse ido todo a hacer la ídem, quieren meter ahora la filosofía del ahorro a las clases más débiles y por tanto más ahorradoras. Nada, nada, como ustedes quieran, urge morirse antes para no prolongar nuestra improductiva vejez, perenne quebrantamiento de cabeza del poder. Así lo dijo un día el sociólogo sin que le temblara el único pelo de su cabeza de huevo. Morirse, lo más indicado para impulsar el crecimiento económico. En este plan no será problema que suban la luz tantas veces. Lo nuestro es volver al candil. ¿Lo de la sanidad costosa y cara? Curémonos con raíces de árboles. También los médicos que se han vuelto contestatarios deben ser sustituidos por brujos o por la Tía Ginesa la Partera. Ya son ganas de complicarse la vida cuando para eso están los remedios caseros, y al fin y al cabo cualquier tiempo pasado fue mejor. Lo del progreso se lo inventó algún desocupado. Dice este Gobierno que es necesario perder soberanía si queremos ajustar el déficit. ¡Cuánta soberanía quieren que perdamos! Compran Bankia con dinero público y no nos dan explicación. Le dan a Valencia cuatro mil millones, más que a la mitad de las otras autonomías, porque debe ser un premio a la excelente gobernación. Lo único que hemos visto por la tele es la alegría de Rato y sus compinches mandatarios, todos cogidos de la mano, y como diciendo; "coño, qué felices somos". No, si con estos dirigentes de altura está de sobra la soberanía popular de la que habla la Constitución. Y si la educación sigue siendo problema, ya saben la solución de otros tiempos, que aquí no estudie más que el juez, el director del banco y el cura. Tras la dictadura, la podrida y maloliente transición, lo último que me quedaba por ver.
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