Fátima Báñez, la ministra de Empleo, debe sosegarse un poco. En apenas seis meses ha pasado de ser una anónima diputada de provincias, sin relevancia alguna, a emprender una alocada carrera que ni ella sabe a dónde la conduce. Va como una moto. Primero, se empeñó en hacerle la campaña a Arenas. El pueblo, cabreado por la reforma laboral, y a ella no se le ocurre otra cosa que convertirse en la imagen gubernamental del PP Y encima, con Montoro, el del IRPF. ¿Para esto estaba Arriola? La noche electoral, tras abrirse las urnas, no tiene mejor idea que ponerse a dar saltos de alegría. Desconocía que, para gobernar, si no juntas más diputados que el adversario, lo normal es que no gobiernes.
Pero es que, unas semanas antes, mientras a España entera se le helaba el corazón por una posible intervención, ella se entretenía en mandar a la nube tuits de jueguecitos digitales. Y eso, por no hacer referencia al intrincado proceso en el que metió a la dichosa reforma laboral. La saca como decreto-ley para, a renglón seguido, enviarla al Congreso como proyecto de ley. Pero, al mismo tiempo, hace la advertencia de que en trámite parlamentario no va a admitir cambio alguno, como así ha sido. Unas semanas después fue cuando nos reveló los frutos de la emocionante visita que hizo a la Virgen del Rocío, de quien arrancó el compromiso de curar todos nuestros males. Y Bruselas y los mercados y la prima de riesgo, ni enterarse.
Ahora nos viene con esto del “ere” del PSOE. A los socialistas les dices “eres” y se ponen de los nervios. Motivos tienen. Les faltaba ver cómo Báñez rescata de su ministerio documentos confidenciales para darle el mismo tratamiento que a un pasquín electoral. La señora es así. Si yo fuera Rajoy, a Báñez la bajaba de la Bultaco.
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