Vibra agosto como nunca. El capricho festivo del calendario ha concentrado durante la última semana multitud de celebraciones y festejos por toda la provincia, en una insaciable carrera de muchas ciudades y localidades para evitar la orfandad de las tradicionales y anuales fiestas del mes más festivo del año. Es agosto y el verano actúa de catalizador de sueños y deseos, aunque en muchos casos éstos engrosen la nómina de frustraciones, que haberlas las hay. Mientras la explosión festiva invade lugares y rincones, una porción relevante de suelo español arde pacto de las llamas de los incendios forestales, a los que desde algunas poltronas quieren adjudicarles ediciones en el calendario. Mientras el fuego abrasador y asesino extermina personas y medio ambiente, otro fuego más liviano, más llevadero y divertido, el de las almas festivas, corre estos días como la pólvora, de verbena en verbena, de fiesta en fiesta, pero sin quemar y sin agredir a quienes lo experimentan y gozan.
Estas fiestas y saraos suelen vestir trajes similares, costumbres idénticas, aunque con señas de identidad propias. En estas calendas festejantes uno no puede resistir la tentación de curiosear en hábitos y costumbres de fiestas patronales. De las dianas floreadas se pasa a las cucañas, y de las competiciones deportivas se viaja a las actuaciones netamente culturales y musicales, sin olvidar los festejos taurinos, los bailes tradicionales -otrora etiquetados de regionales-, las corridas de cintas y, por supuesto, los consabidos pregones y elección -mejor selección- de las reinas y damas de honor.
Cuando asisto a alguna de estos festejos, presencio su desarrollo o leo alguno de los papeles de feria que estos días nos inundan por doquier, siempre recuerdo a dos personas que pusieron su ingenio para animar las fiestas. De una parte, a Guillermo Marconi, el genio italiano inventor de la radio, por cierto, admirador de las ferias andaluzas, y a Francisco Sánchez, "Frasquito el del bar", un desaparecido industrial de mi pueblo, quien regentó durante varios años de mediados del pasado siglo la caseta popular, y quien no dudó en aprovechar el revolucionario invento radiofónico para instalar un modelo de la época en el recinto ferial y amenizar el baile con algunas sintonías del momento, a la par que mantenía informada a su parroquia, de tal guisa que pervive en la memoria colectiva un acertado chascarrillo: "Para saber lo que pasa, además de su mujer, Frasquito el del bar ha puesto una radio en la plaza". Marconi inventó el medio y mi extinto paisano lo utilizó. Tal vez sin intención, ellos crearon las ferias radiofónicas y las fiestas con radio.
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