Lo deplorable no es que la gente se manifieste en las inmediaciones del Congreso de los Diputados para expresarles a estos su rabia y su hartazgo, sino que la clase política, y el Gobierno principalmente, provoquen en la ciudadanía esa rabia y ese hartazgo que hoy recogen las agencias, los periódicos y los noticiarios de medio mundo.
El divorcio entre la tripulación y los pasajeros en la nave de este país a la deriva se explicitó crudamente el pasado 25-S: mientras el capitán de la misma discurseaba vacuamente en la ONU, y buscaba su fotito con Obama y su señora, las calles de las ciudades españolas hervían de malestar e indignación. Nunca tan pocos, esos tripulantes ineptos, ciegos y sectarios que están conduciendo a España a la miseria, hicieron tanto daño a tantos, la mayoría de los 45 millones de seres humanos que la habitan. Atentar contra la Salud, contra la Educación, que es el único aval para el futuro, contra el Trabajo, contra la Seguridad Jurídica (requisando los ahorros de los trabajadores en los bancos nacionalizados o interceptando a los autobuses que llevan a los ciudadanos a manifestarse), contra la Investigación, contra la Igualdad de Oportunidades, contra la Cultura, contra los Derechos esenciales de las personas y contra la Protección de las más desvalidas, no sirve, salvo que nos hayamos vuelto todos locos, para sacar a un país de la postración, sino, al contrario, para hundirlo más.
Contra esa deriva va el clamor general, y por mucho que la pulsión autoritaria del Gobierno lo criminalice, por mucho que desnaturalicen la verdadera función de la Policía azuzándola contra la gente, por mucha foto palurda con Obama y su señora, por mu aspaviento seudopatriótico que le eche en su rifirrafe con su socio “independentista” catalán, no basta para que en el mundo no se enteren también de los estragos que en el pobre pasaje de este barco a la deriva, están haciendo semejante capitán y tripulación.
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