Miguel Iborra Vviciana Escritor
El río Andarax besa el horizonte pero está enamorado de Rágol. Siempre hay un beso de más y uno de menos, como suele ocurrir entre los eternos enamorados. Por el contrario, también siempre hay tres tiempos: uno cuando sus aguas bajan mudas y abastecen acequias para el riego, otro de crecidas turbulentas y, por último, el que sella su vocación de muerte en el mar.
Los aumentos de caudal del río Andarax llevan ruido de muchas aguas, son acontecimientos evidentes, muy antiguos, y una contemplación de la historia. Unos hechos contados por antepasados, y otros vividos en algunas ocasiones con efectos devastadores, que abren heridas en las orillas, en los bancales y cortijos, y llagas en el corazón por la perdida de un ser querido.
Recuerdo el audible, bramante y desgarrador ruido de sus desenfrenadas aguas y el desplazamiento de todo el pueblo para contemplar y ver de cerca, con atónitas miradas, sus fauces indomesticables engullendo a su paso cimbras, escombros, enseres, argamasas, parras, alamedas y árboles. Después le seguían los comentarios de anteriores riadas y de cómo todos vivieron aquellos momentos, unos como espectadores, otros como afectados. Mucho se ha escrito al respecto y muchos hemos contemplado el caudal salvaje de grandes crecidas del río Andarax, pero es una historia inacabada. Por citar dos ejemplos: el desbordamiento e inundación acaecidos el día 4 de Septiembre del año 1871, que arrasó parte del pueblo, arrastrando un tramo de la parte posterior de la Iglesia. La última vez fue el día 24 de Diciembre de 2009, que como decían nuestros mayores “también venía el río con la escritura bajo el brazo”.
Esta crónica literaria que sometemos ahora a exigencias de calendarios, con palabras manejadas, sirve de introducción para situarnos en su cuenca y en el lugar llamado “El Cabañil”, donde miro su cauce fluvial convertido en bosque, romántico, natural y vistoso, y me dan ganas de trasladarlo a la Solana. El río Andarax, de grises arenas, siempre soñó ser agua y casi convierte su sueño en realidad porque, en algún ángulo del Cabañil, el agua dormida y quieta a veces se deja ver en el entramado del ramaje vencido, una especie de cañamazo cosido entre plantas y arbustos retozando savia en sus raíces y en sus copas, tales como juncos, taráis, cañas, anea, eucaliptos y zarzas, esa eterna amalgama que con tanto pulso pintan, quién sabe si los ángeles, en el lienzo inconcreto de la Naturaleza.
Estoy en Rágol, a gusto, y el Andarax y el Cabañil son presencias que prolongan mis ocasos. El tiempo nuevo no será fácil para recordar, pero los que como yo llevamos en el ADN el paisaje físico y humano del pueblo de Rágol, decir río Andarax y Cabañil es activarse inmediatamente en nuestra mente y en nuestros recuerdos esas parras verdes, y de manera predominante aquellas vegas de regadío pletóricas de pámpanos y racimos, pero con lo que más disfruta mi mente, en particular, es recordando cómo convivíamos; aquello era saber vivir y simpatizar disfrutando de placeres que algunos llamaban pequeños y que, sin duda, hoy añoramos como fundamentales. Evoco las gratas veladas junto a las frescas riberas de la zanja del Cabañil, sin olvidar la fuente que le daba nombre, donde la luna nadaba libremente en sus aguas, rodeada de duendecillos y la noche se bañaba desnuda al son de esa extraña música que
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