Entre los numerosos análisis posteriores a la huelga del miércoles, todavía no he podido leer que alguno de los convocantes pida perdón o afee la conducta de los mal llamados piquetes informativos o que muestre su bochorno por los incidentes provocados por los grupos violentos que aprovechan las convocatorias de manifestación para hacer de las suyas. Puede que los mismos sindicatos y organizaciones que pensaron que la mejor medida ante la situación actual de España era pararla un día entero, crean que lo importante ahora es ver si hubo muchos o muchísimos manifestantes o si se hace imprescindible ya la convocatoria de una nueva huelga general. Otro error más de estos sindicatos obsoletos que no han sabido superar la estética novecentista de las banderías y las proclamas. Y lo peor es que asumen y amparan las prácticas matonistas de sus piquetes en un intento de conseguir por la vía del miedo lo que quizás no puedan conseguir de otro modo. Pues bien, alguien debería decirles que cada acoso, cada intimidación, cada insulto y cada burrada perpetrada por estos escuadrones del miedo no hacen sino alejarles un poco más de esa sociedad civil, pacífica y trabajadora, a la que ellos dicen defender. Y alguien, también, debería hacer pagar subsidiariamente a los convocantes de todos estos folclores la larga lista de daños al mobiliario urbano que indefectiblemente acaban produciéndose cada vez que todos estos cafres se reúnen. Hasta que no aprendamos a respetar que quien desea hacer huelga tiene exactamente los mismos derechos que quien no lo desea, no habremos superado con éxito el examen de la civilización democrática.
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