Me escribe un atento lector diciéndome que abuso de la política en esta sección diaria en detrimento de otros asuntos más sabrosos y cercanos como pueden ser por ejemplo los culturales. Nada me gustaría más que volver a la vieja información sobre las artes -la poesía, la pintura, la música- aficiones muy queridas por mí en trabajos periodísticos de otro tiempo, pero reconozco que la crisis me tiene polarizado y extasiado como el pajarillo inocente frente al influjo mortal de la culebra.
Yo procedo de una cultura combativa en que no existía la democracia y había que aprovecharse de todo para tumbar la dictadura. De ahí que me cueste creer que se puede hacer algo revolucionario desde la cultura para terminar con la crisis.
No hay más que tener en cuenta cómo se cierran editoriales, cómo se suprimen conciertos y galerías de arte, y cómo van despidiendo periodistas hasta en los más grandes y acreditados rotativos. La literatura y el arte, alejados del conflicto social permanente, deja a los artistas en actitud descomprometida y pasiva como si fueran meros espectadores de un concierto de clavicémbalo bajo los bombardeos. No es ésta la segunda guerra mundial ya se sabe. No son los horrores de entonces. Creo que fue Adorno quien dijo que después de Auschwitz ya no era posible escribir. Pero si no luchamos en la medida de nuestras fuerzas por poner a flote todas las mentiras de la crisis; si empleamos nuestro tiempo en escuelas taurinas y en concursos de bolillos, la esperanza de los jóvenes no se abrirá milagrosamente entre los señores del capital que nunca están de acuerdo.
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