El país no sale del agujero pero los políticos están a lo suyo. Sabíamos que vivían al día y que estaban más pendientes de sus intereses que de los problemas de los ciudadanos, pero lo que está pasando en España, se aproxima a lo insoportable. Mes a mes, no hacemos otra cosa que sumar nuevos despidos y nuevos cierres de comercios y empresas, lo que conduce a un constante incremento del número de parados. Más de cinco millones y medio, según la última Encuesta de Población Activa. Sube el paro y baja la cifra de afiliados a la Seguridad Social: no llegamos a los 17 millones. Se mire por donde se mire, estamos ante un drama lacerante y ante un problema presupuestario grave porque si al tiempo que se incorporan nuevos parados a la lista de demandantes de subsidio de desempleo, decrece el número de cotizantes, a medio plazo, si no cambia la tendencia el sistema podría colapsar.
Ante una situación como ésta, en cualquier país de los que se toman en serio los asuntos públicos veríamos al Gobierno invitando a la oposición a colaborar en la busca de soluciones prácticas para tan acuciante problema. Eso es lo que sucedería en un país serio. Así lo hicieron en Alemania. Allí, a principios de la década, el gobierno socialdemócrata (canciller Schröder) invitó a la CDU, la derecha de Merkel, a plantear el problema de la crisis que también había hecho escala en la República Federal. Estudiaron el problema, realizaron un diagnóstico y programaron una serie de políticas encaminadas a paliar los efectos de la crisis. Entre otras medidas, un nuevo tipo de contrato laboral y la inyección de miles de millones para sanear algunos bancos que, al igual que ha sucedido con los españoles, tenían tantos agujeros como el queso Gruyere.
Aquí, por el contrario, ni quien entonces era presidente del Gobierno (Rodríguez Zapatero) ni quien lo es ahora (Mariano Rajoy), cuentan para nada con la oposición. Al adversario, ni agua.
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