El 13 de enero de 1923 en el teatro Cervantes

El 13 de enero de 1923 en el teatro Cervantes

Pedro García Cazorla
01:00 • 24 dic. 2012

Aquel mismo día yo cumplí diez años,  mi hermano Manuel que era aprendiz de cartelista, juró que aquella noche iría con él a ver un estreno. La compañía de teatro le había ofrecido un pequeño papel, sólo tenía que decir cuatro o cinco palabras, pero él estaba muy orgulloso, habían prometido pagarle veinte duros. 


Fui recorriendo de la mano de Manuel los pasillos de los camerinos. Él tocó la puerta y Doña Concha Robles, la actriz principal, dio su permiso para entrar. Estaba frente al espejo maquillándose y llorando, parece que la estuviera viendo. Mientras pintaba sus labios dijo que Carlos Verdugo, con quien estuvo casada, andaba por Almería y estaba convencida que había venido hasta aquí para matarla. Nos pidió que  besáramos un crucifijo de plata que cogió de la mesa y que rezáramos un Ave María, luego se despidió de nosotros con un beso en la frente y prometió  que ayudaría a Manuel a ser un  gran actor. 


Justo cuando mi hermano terminó de decir su frase, su única frase, alguien grito desde un palco y después disparó, Concha Robles gritaba despavorida y Manuel fue a protegerla con su cuerpo. 




Cuando aquel hombre saltó al escenario y puso su arma pegada al corazón de ella, todo el público estaba entusiasmado por el realismo de la representación, pero mi hermano sollozaba tirado en el suelo. ¡Los tiros son de verdad, son de verdad! Decía, pero nadie lo oía, entre las ovaciones y aplausos. Yo como le había oído ensayar, sabía que aquellas palabras no tenía que decirlas, tuve un mal presentimiento.


Manuel murió unas  horas después y Conchas Robles en aquel mismo instante. Hice por olvidar aquel espanto que marco mi vida y la de mi familia, el tiempo puso su parte, pero hace algunos años leí una antología: -Raros y olvidados-. El autor mencionaba a Alfonso Vidal y Planas y su obra de mayor éxito; Santa Isabel de Ceres, una novela de tintes autobiográficos y maldita, que siempre estuvo rodeada de muertes y de polémica. El mismo Alfonso Vidal había matado de un tiro a su socio literario, periodista venal y Diputado, Luis Antón del Olmet, también Alfonso Tudela, unos de los actores que representó la obra junto a Concha Robles en Almería, murió meses después degollado con una navaja de barbero a manos de su suegra.




Alfonso Vidal, fue huérfano por voluntad de su padre un militar al que nunca conoció y de su madre que nada más destetarlo encargo a la abuela que lo cuidara, sólo estuvo cuarenta y ocho horas con ella antes de ingresar en un orfelinato en Barcelona. De allí pasó al seminario del que se fugó para ser periodista y fundador compulsivo de revistas como: El Loco, España Republicana, El Soviet. Soldado raso y combatiente en las batallas del Monte Gurugú y el barranco de El Lobo. Conoció los presidios militares y   vivió  entre las cárceles y los burdeles, mal comía de los encargos literarios ocasionales y los sablazos que daba con elegancia o sin ella, no faltaron las brutales palizas de sus acreedores que habrían de dejarlo tarardo como un perturbado. Entre tanta sangre y miseria se forjó una fama de autor incendiario, redentor pasional de meretrices y místico anarquista, condenado e indultado. Tertuliano en el Gato Negro, arrastró su bohemia por los lupanares de Madrid y bebió de todos los excesos y cumplió con todos los sufrimientos que nos corresponde y algunos más de los asignados.


Doctor en metafísica por la Universidad de Indianápolis,  fue deportado de




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