Ni declaraciones altisonantes, ni toques de zafarrancho. Lo que de verdad está pidiendo el discurso secesionista de Artur Mas y su cuadrilla es atención psiquiátrica urgente. Y es que están mal, pero muy mal, de lo suyo. Uno entiende que la argumentación de un proceso independiente se nutre siempre de la manufacturación de mitos y la afluencia de agravios indemostrables. Pero el peligro de mantener la espiral de la desmesura es acabar desbarrando en el absurdo y terminar cayendo en el esperpento, como acabamos de ver hace unos días al ver que en Cataluña se proclama mejor película del año en lengua catalana a una película ¡muda! Naturalmente, se queda uno sin palabras. Empeñados en hacer oídos sordos a cualquier intento de atemperar posturas y buscar puntos de acuerdo, los separatistas -como los locos- han perdido el contacto con la realidad y viven suspendidos en las burbujas de su propio cocimiento.
Sólo así se entiende que en la reciente inauguración de las nuevas líneas de AVE que conectan a todas las capitales de provincias de Cataluña (la única comunidad en España que cuenta con semejante desarrollo infraestructural) el inefable Mas saliera con la ridícula e injustificada queja de que su Comunidad es la que menos inversiones ferroviarias recibe por parte del Estado. Decía Baroja que el nacionalismo se cura viajando. Pues bien, si lo del psiquiatra falla, creo que la mejor cura para el indocumentado señor Mas sería invitarle a venir desde Barcelona a Almería, pero en tren. Estoy seguro de que tras catorce o quince horas de traqueteo indecente, don Artur empezaría a decir menos majaderías.
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