Citarse a sí mismo es una grosería pedante, pero hay ocasiones en que, sin petulancia, uno no tiene más remedio que rememorar que lleva más de ¡quince años! repudiando el insoportable abuso de las jubilaciones anticipadas. La alegría irresponsable con la que políticos de izquierda y derecha asumieron transformaciones industriales y renovaron el tejido fabril a costa de las jubilaciones anticipadas resulta escandaloso.
La siderurgia de Felipe González, la minería del carbón de todos, los compromisos de Aznar o los favores de Zapatero, contribuyeron a meter mano en la próspera caja de la Seguridad Social para mandar a su casa a trabajadores con poco más de 50 años, y el ciento por ciento de la pensión. Gracias a ello los contribuyentes españoles, sin que nadie nos consultara, contribuimos a que se socializaran las pérdidas, y a que los propietarios de las empresas se quedaran con los beneficios. Eso no es capitalismo, sino comunismo capitalista, que es el que se basa en beneficios privados y pérdidas públicas. Lo único beneficioso de la crisis económica es que echó el cierre sobre una práctica funesta, precisamente cuando el semáforo en rojo del Fondo de Pensiones comenzaba a encenderse. Bueno, pues la historia prosigue. En estos momentos, los privilegiados trabajadores de Iberia y de Bankia podrán acogerse a la prebenda de disfrutar de algo que es un atraco al equilibrio del Plan de Pensiones. Pero lo más deslumbrante de esta prebenda injusta siempre, que ofende en los tiempos que vivimos, es que los sindicatos de Iberia no están conformes. Les parece poca la prebenda, y no les convence poder acceder a un fuero injusto para millones de trabajadores que se han visto en la calle, sin esa prerrogativa. Una medida excepcional a la que Bruselas accede, mientras la edad de jubilación se alarga y las pensiones se recortan.
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