Los vientos han estado en contra de la cumbre del Pp celebrada en el ventoso Toyo almeriense. Unos venían desde el despacho del extesorero Bárcenas, los otros les esperaban en una Almería que ha volado a casi noventa kilómetros por hora. Los nuestros sólo han molestado en el turismo previsto y en el paseo por el mundo de las tapas almerienses; los llegados de los madriles, sin tanta velocidad, les ha aguado aún más la fiesta, les ha amargado más el fin de semana y se les ha llevado los mejores titulares de la prensa. Una pena, pero así es la vida política. Los lodos siempre aparecen, y por general lo hacen en los momentos que más molestan. Lo que ha quedado de la cumbre: El “no me temblará la mano” de Mariano Rajoy. Hace unos días era el partido rival el que pregonaba: “Seremos implacables con los corruptos”. Todos dicen lo mismo, pero nada hacen para su corrección. Entre los más de sesenta mil políticos que hay en nuestros país no todos son corruptos. Estaría bueno que así fuera. Pero las direcciones de los partidos son las culpables de que el ciudadano piense que lo son. En sus manos está que la sociedad cambie la sensación que se tiene sobre la corrupción y los políticos. En sus manos está que todo aquel que está bajo sospecha no siga ni un minuto más amparado y cobijado por las largas faldas del partido. De esos más de sesenta mil sólo unos trescientos están imputados, cierto es, pero bajo sospecha ciudadana lo están casi todos. Y no es culpa del votante. El votante está indignado ante unos políticos que se esconden en una bandera o un partido ante la corrupción rampante que nos invade.
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