Este personaje conduce su citröen a ciento veinte kilómetros por hora. Lo hace por una autovía, dirección al sur, y son las dos y media de la madrugada. El coche emite un ruido. Lleva haciéndolo un buen rato. De hecho, ya lo hacía a la ida. Da la sensación de que dos piezas metálicas rozan cuando las ruedas cambian de dirección con suavidad. Le baja el volumen a la radio, levanta el pie del acelerador y, sin apartar la vista de la carretera, aproxima la cabeza al volante. Y ahí está. Va y viene. O se intensifica y afloja. No lo sabe. Pero el ruido está ahí, constante, hiriente. Maldice cien millones de veces las tripas de ese cacharro y vuelve a subir el volumen de la radio. Está hablando una mujer sobre un gran terremoto, y lo hace tan insoportablemente despacio que adormece. Así que termina por apagarla y fijar la mirada en los destellos que escupen los quitamiedos. Como teme reconcentrarse en su cansancio, empieza a enumerar las hipotéticas razones del graznido que emite el coche. Y lo hace en voz alta: los discos de freno, la dirección asistida, los rodamientos, el amortiguador izquierdo. Hasta que sus reflejos le tensan los músculos de brazos, cuello y cara, y da un volantazo hacia la izquierda e intenta corregirlo con otro hacia la derecha. Sin saber qué ha pasado exactamente, se encuentra detenido muy cerca del arcén y el interior del coche huele a plástico derretido, a campo de batalla. En apenas dos segundos, apaga el motor, se quita el cinturón y sale afuera. Los faros siguen encendidos. Tiene la sensación de que un animal salvaje se le ha cruzado. De hecho, si cierra los ojos, puede reconstruir en su imaginación lo que parece un enorme espinazo de pelo recio. Podría decirse que de un jabalí muy oscuro. Tan oscuro como la mismísima nada. ¿Estás bien? Al principio cree que es él mismo quién se hace la pregunta, como si fuera una especie de mecanismo interno contra el miedo o la noche. Pero la segunda vez que la escucha sabe que no es así. La pregunta viene del exterior, se le cuela entre las costillas y se aloja en su pecho. Amigo, ¿estás bien? Es un hombre de unos cincuenta años y viste, a pesar de las bajas temperaturas, unos vaqueros, una camiseta blanca de manga corta y unas zapatillas deportivas. Su voz parece rebotar en el frío y las luces del citröen lo envuelven como si quisieran engullirlo. Te has debido de dar un buen susto. Era una auténtica bestia. ¿Estás bien?
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