¿uántos años hará que leí en un tomo de moral eclesiástica que la procreación no era solo el fin del matrimonio? ¿Cincuenta, sesenta? Más o menos. Llenar el mundo de criaturas es importante, claro que sí, pero la naturaleza ya se cuidó de garantizar “la pervivencia de la especie”. Ahora llega nuestro ministro del Interior y haciendo caso omiso de todo lo conseguido hasta el momento en las sociedades más desarrolladas, nos sumerge de nuevo en el jurásico. El señor Jorge Fernández Díaz es muy dueño de retrotraerse a las edades primitivas más oscuras y de seguir los impulsos de su fe religiosa, pero al formar parte de un Gobierno cuya querella contra el matrimonio homosexual fue desaprobada por el Tribunal Supremo, debería medir mejor sus palabras aunque se marche a Roma a dejarlas caer. Menos mal que su partido, tan azacaneado estos días por otros asuntos, se ha esmerado en decir pronto que las declaraciones del ministro son cuando menos desafortunadas. Como argumenta la Federación estatal de Lesbianas, Gais, Bisexuales y Transexuales. “¿Cuántos años han de pasar hasta que algunos fanáticos se enteren de que las personas LGTB tienen hijos y que estos hijos han de ser reconocidos y respetados por sus gobernantes?”. Pero hay más. El matrimonio es compañía. De la soledad y de la persecución podríamos estar hablando hasta hartarnos. Aparece la táctica derechista de dos pasos adelante, tres atrás, aparece de nuevo como una serpiente resbaladiza en la selva inextricable de nuestros problemas más urgentes.
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