No acabo de entender todo el aluvión de críticas contra el portavoz de IU en el Parlamento Andaluz, José Antonio Castro, por haberse mostrado partidario de trasladar el modelo bolivariano del fallecido presidente Hugo Chavez a España. ¿Qué esperaban? Lo extraño hubiera sido que este señor se declarase rendido admirador de Winston Churchill o que se mostrase partidario de remover al régimen de los hermanos Castro en Cuba a través de unas elecciones libres. Cada cual es como es y del mismo modo que no nos debe sorprender que el Colegio Cardenalicio no esté formado por firmes defensores del aborto o el divorcio, no sé a cuento de qué vienen las sorpresas y los arrebatos por lo que pueda decir un comunista. Es más; yo entiendo perfectamente las declaraciones del señor Castro y las sitúo en el contexto de hondo pesar por el que atraviesan todos los fans del desaparecido presentador de ese gran programa llamado “Aló, Presidente”. Ni tan siquiera la conservadora promesa de momificación del líder bolivariano puede encauzar esa marea mundial de sollozos progresistas que dejan al tsunami tailandés de “Lo imposible” a la altura de un pis de gato. Es normal que los plañideros de los caudillos golpistas desbarren un poco ante el cadáver del líder supremo. Recuerden cómo estaban los aledaños del Palacio de Oriente en noviembre de 1975 y verán que no hay nada más motivador que un generalísimo insepulto. Pero insisto en que las declaraciones de los amigos del populismo tropical no son el problema. El problema es la relevancia que todas estas florituras cobran ahora a raíz de la compraventa de apoyos consentida por el PSOE tras su derrota en las urnas andaluzas. Ver a todos estos revolucionarios de salón en el gobierno de la Junta gracias al señor Griñán, es la mejor prueba de que ni Andalucía podía llegar a menos, ni estos chandalistas a más.
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