En un contexto político complejo de descifrar y donde no están claros que intereses y objetivos subyacen, instituciones como los partidos políticos y hasta la Monarquía aparecen cada vez más cuestionadas. Es tiempo de reformas en profundidad se dice, incluso se llega a hablar de una segunda transición y de la necesidad de abrir un nuevo proceso constituyente, pero las viejas guardias de los partidos, aunque se les tache de inmovilistas, siguen con cautela este presente cargado de incertidumbre.
El capitalismo del ego
Quizás sea la prensa de papel, a la que se creía dormida ante el auge del universo digital, la que ha tomado el pulso regenerador del país a costa sobre todo de los escándalos de corrupción. Aunque el coro mediático a veces pueda parecer inquisitorio este discurso se hace necesario en un país con escasa cultura democrática. Nada extraño, por otra parte, en una sociedad donde cobrar en negro o trabajar sin factura ha sido una practica generalizada.
El agujero de Bankia, por hacerse una idea, representa todos los recortes sanitarios y educativos juntos y nadie ha asumido responsabilidades, ni institucionales ni personales. Tampoco jueces, economistas y periodistas llamaron la atención cuando la cultura del ladrillo estaba en todo su esplendor. Lo que se ha llamado el dominio universal del dinero y escrito por Ulrich Beck como el capitalismo del ego, que fue asumido con toda naturalidad.
Andalucía
En los días de celebraciones patrias en nuestra comunidad, se han oído palabras solidarias, palabras utilizadas con tal solemnidad que se las podría poner en un marco, pero, desgraciadamente quedan en eso, palabras y palabras. El discurso dominante de las buenas intenciones no logra los resultados apetecibles, ni tampoco sacudir las conciencias, al menos que se sepa. Algunos se preguntan si en situaciones de emergencia no habría que experimentar, intentar algo nuevo, más contundente que sea capaz de crear cierta ilusión. Pero nada parece moverse, esa es la impresión. La arcadia feliz en la que parece instalada parte de las elites, políticas, sociales y culturales, no es un incentivo para cambios.
Comparada con el guirigay de Cataluña, Andalucía vive en un oasis de estabilidad política, pero, eso sí, con un millón de parados y sin discurso opositor alternativo. El caso es que a pesar de lo mucho que se ha hecho en los últimos veinte años, parece que esta tierra está condenada al peor fatalismo, el de creer que nada se puede hacer. Ante este panorama, quizás no estaría de más recordar que la agitación anticapitalista que se extiende por países cercanos podría irrumpir en el nuestro como una alternativa al sistema actual, que sigue sin ofrecer soluciones al dramatismo del momento.
Cataluña
La agenda política sigue marcada en parte desde Cataluña, al fin y al cabo fueron los catalanes los introductores de la mercadotecnia y el diseño en este país. Ahora ha sido el PSC el que emerge en el escenario político catalán, presentándose como el partido puente ante una Cataluña polarizada por la identidad. O con España o Cataluña, es la idea que fluye, ante el regocijo de los radicales y puros, tanto desde el Madrid mediático más conservador como desde la Cataluña de interior, que tan bien describió Josep Pla, hoy representada por una parte de CIU y algunos medios de Barcelona.
El llamado “derecho” a decidir, que ha saltado ya al campo del debate político, sería el nudo georgiano que desenredaría la madeja catalana, si antes los demonios que andan sueltos no logran alguna de las suyas. Con palabras de “Antigona”, “las grandes palabras causan las grandes desgracias”. El resultado es que el autismo que Rajoy y Rubalcaba proyectan en la actual política española es aprovechado por los Mas y compañía para dictar la agenda, empeñados en seguir en las portadas, y ante la pasividad, impotencia, cuando no cansancio del resto del país.
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