Horus fue uno de los dioses más importantes del panteón egipcio. El inicio de su culto pudo empezar en la época arcaica, período Tinita, hacia el 3.000 AC. La iconografía de su figura responde a la representación del hombre con cabeza de halcón orlada por el sol, o la de un simple disco solar con alas de halcón desplegadas. En el mundo egipcio, al faraón se le consideró en ocasiones como el representante de Horus en la tierra. El culto a este dios, fusionado a veces con Ra, el dios solar supremo, se extendió por el Mediterráneo a otras civilizaciones posteriores como la grecorromana, bajo la apariencia de Apolo.
La narración mitológica de su vida le hace nacer de Isis-Meri, la virgen reina de los cielos. Isis era hermana y esposa de Osiris, hijos ambos de Ra. Muerto y descuartizado Osiris a manos de su hermano Seth, su viuda Isis recoge todas las partes de su cuerpo troceado menos los genitales, que no logra encontrar. Tras ser avisada por un espíritu ángelico, Isis queda entonces embarazada, milagrosamente, en el mes de marzo. Horus viene a nacer a finales de diciembre en una cueva, coincidiendo con el solsticio de invierno; algunos precisan, sin pruebas concluyentes, el 25 como día exacto del alumbramiento. Pocos días después, siguiendo a la estrella Sirius, tres reyes –o cuatro, según las fuentes- visitan al recién nacido y le traen ofrendas. En el culto egipcio, todos los años, durante el solsticio de invierno, la imagen de Horus recién nacido –un bebé de cabellos dorados, colocado en un pesebre, un dedo en la boca y el disco solar sobre su cabeza- era sacada de los santuarios para su adoración por el pueblo.
La narración de este dios-hombre continúa con la amenaza de Herut, que intenta asesinarle sin éxito, pues su madre Isis le esconde. A los doce años, el niño deslumbra con sus disertaciones a los escribas del templo de Ptah, que lo consideran un prodigio. Otras fuentes menos fiables, que no he conseguido verificar como ciertas, cuentan que a los treinta años fue bautizado en el río Eridamus por Anup el Bautista, y que a partir de ese momento comenzó su ministerio, que tuvo doce discípulos, que hizo milagros como curar enfermos y caminar encima del agua e, incluso, que fue traicionado por Typhon, crucificado y resucitado al tercer día.
Sean o no datos, todos ellos, verificados por la egiptología, queda claro que estas historias nos resultan muy familiares, como lo fueron para los seguidores de Dionisio, Krishna, Mitra y otros. Ello evidencia la perdurabilidad de los mitos, traspasados de unas religiones a otras, en ocasiones copiados, y la continuidad de unas narraciones fabuladas que atesoran una simbología astrológica emparentada con los ciclos solares y la naturaleza.
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