Cuando un padre de familia en paro y con cinco hijos a su cargo va a pedir trabajo a alguna oficina del Gobierno allí le disparan la perdigonada de toda la insufrible jerga sociolaboral manejada por el PP. Es el objetivo de déficit que nos tiene maniatados. Es la deuda altísima heredada. Es, en fin, la segunda recesión o la cuarta, no sabe uno en cuál estamos. El padre de familia acepta las explicaciones técnicas sin entender una jota de lo que le están farfullando en la oficina y es obvio que mientras los problemas verdaderamente humanos estén pendientes de los recortes financieros, no hay nada que hacer. Solo nos faltaba que los dos grandes partidos se enzarzaran ahora en la discusión de la pobreza. ¿Qué es la pobreza? ¿Lo sabe Arenas, político errático encanecido en la seguridad de su sueldo con dinero público? ¿Lo sabe Rubalcaba? A la pobreza no hay que hacerla protagonista de cuento literario o de drama sentimental; tampoco servirse de ella como arma parlamentaria. Hay que sufrirla y saber de lo que estamos hablando. Alguna vez se dijo que era una bendición de Dios que nos apartaba de las peligrosas seducciones de la vida. También se dijo que era un castigo divino, memoria del paraíso. Vete tú a convencer de estas cosas a un hambriento. Aunque ahora nos parezca esta doctrina una monstruosidad, lo cierto es que el pensamiento religioso de derechas lo empleó alguna vez para ganarse el cielo al tiempo que detenía la revolución de los de abajo que pudieran inquietarle la conciencia. Y bien, ya llegó la felicidad para el capital. El despido es libre. Los bancos miran su dinero antes de prestarlo. El PP piensa que lo esencial es sostener con pasta pública a las entidades de crédito. Aún así aumenta el paro. La sociedad española no ve el camino de salida. La derecha, contenta y no poco cínica, todavía se permite el lujo de llamar nazis a los que gritan por los desahucios. Paz en la tierra.
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