Se puede entender, no sin cierta repugnancia, que haya quienes antepongan los resultados a cualquier consideración de índole moral, pero lo que no se puede entender, ni con repugnancia ni sin ella, es que haya especialistas, votados o pagados, en no conseguir resultados ningunos mediante procedimientos execrables. Ahí tenemos, sin ir más lejos, a José Mourinho, un tipo atroz, que a base de agresiones a compañeros, insultos a todo quisque, defenestraciones de la flor y nata de la plantilla, desprecios a la masa social y a la cantera, e innumerables atentados a la buena crianza, al espíritu deportivo, a la inteligencia y al buen gusto, no ha ganado en el Real Madrid, en tres años y con la mejor plantilla del mundo, nada que cualquier particular no hubiera ganado poniendo al equipo sobre césped y dejándole jugar a su aire. Es de justicia, sin embargo, repartir: nada de lo que ha hecho ni de lo que ha dejado de hacer Mourinho en el Real Madrid habría sido posible sin el cheque en blanco que le entregó el presidente, Florentino Pérez, y que el portugués ha usado para dejar temblando y arruinado moralmente al equipo. Parece claro que al potentado Florentino nunca le parecieron mal los modos del míster de sus ojos, o bien, que le resultaran indiferentes, de suerte que sin esa cooperación necesaria, el tal Mourinho, un ególatra plasta, no podría haber llegado tan lejos en la nada. Sin descender a los fondos abisales de la mala educación donde mora el portugués, nuestro Mariano Rajoy tiene, en política, algo o mucho de él: está haciendo todo el rato cosas terribles a la gente, y no consigue ningún resultado positivo. Antes al contrario, deja la imagen de su contratador, España, por los suelos. Y luego, claro, lo de no dar la cara ni aceptar preguntas, y aparecer, cuando aparece, dentro de un televisor. Esto último lo ha hecho Mourinho con algo más inanimado si cabe: Karanka.
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