Gastaba un moño recogido que culminaba en la nuca su nívea y redonda cabeza con la que asentía sus curiosas historias y anécdotas que contaba a sus parroquianos, a los muchos vecinos, sobre todo del Zapillo, que en una reiterada peregrinación acudían, semana tras semana, a proveerse de los productos, sobre todo huevos frescos, que Josefa Sánchez Criado, conocida como “Josefica la recovera” vendía en su casuca del Camino Jaúl Bajo . Mi paso, hace días, por la calle del mismo nombre desbocó el río de la memoria que me trajo la inconfundible presencia y la imagen de aquella viejita a la que yo, como otros muchos convecinos del barrio playero, visitaba durante mi estancia estival almeriense para adquirir aquellos hermosos huevos de gallina de corral, que en la ingenuidad infantil distinguía, por el color que presentaban, mucho más intenso en el cascarón y, sobre todo, en el tono de la yema, más amarilla que el submarino de los Beatles. La pista de aquel peculiar comercio de excelente calidad nos llegó por el” boca a boca” de una vecina que tenía a gala ser una de las primeras clientas de Josefica la recovera. Esta misma vecina nos relató a pie de playa en un atardecer de agosto, bajo un encendido cielo rojo que agonizaba sobre el horizonte de las altas edificaciones de la costa de Roquetas, la intensa vida laboral de Josefíca, que supo superar las heridas de la vida y salir a flote con una dignidad envidiable, pese a su analfabetismo.
La mujer, que compartía su estancia con unas docenas de gallinas y algunos otros animales de corral, se había criado en un cortijo de la vega. Desde muy joven trabajó en unos almacenes de frutos secos de la capital y, como otros muchos almerienses y andaluces, engrosó las colas de la emigración a Cataluña, en donde se ocupó como empleada de hogar. En su periodo catalán Josefa se encontró con una nueva oferta laboral: Se trasladó a Génova para emplearse en el servicio doméstico, con una ostensible mejora de su situación. Sin embargo, la tierra debía tirarle mucho a la protagonista del camino Jaúl Bajo, por lo que regresó sobre sus pasos. Tras un tiempo en el que trabajó en tareas agrícolas, la mujer adquirió una pequeña extensión de tierra en la que hizo construir la morada que le cobijaba a ella y a sus gallinas. Con estas aves y algunos otros productos de los que le proveían los hortelanos de la entonces fructífera vega almeriense, Josefica la recovera comerciaba pese a su escasa formación. Una vez abierto el negocio, Josefa no tardó en contar con una amplia “cartera” de clientes a quienes se esmeraba en atender con gran amabilidad. Cuando una tarde acudí a casa de la anciana emprendedora descubrí que encerraba las gallinas en su propio cuarto, donde compartían el sueño. La mujer debió presentir alguna extrañeza en mi semblante, y, sin mediar palabra, me espetó: ¡Niño, es la mejor compañía!” Al pasar por el camino Jaúl Bajo no he podido evitar recordar a Josefica la recovera y su mejor compañía.
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