La demolición del silo o cargadero de mineral, construido en los años 70 para que el polvo del hierro que llegaba de las minas de Alquife no siguiera tiznando, contaminando la ciudad con una espesa y sucia capa de óxido de hierro, y que en Almería se bautizó con el nombre de El Toblerone, por su similitud con una golosina, es el título de un relato sobre el urbanismo en España y a la postre en Almería.
La cizalla gigantesca que disecciona como si de un cadáver se tratara, la tripas y los huesos del cargadero, reducidos a chatarra doliente y retorcida, representa como símbolo y metáfora, no la dislocada visión de atentar contra una obra singular o de un indiscutible valor en el ámbito de la ingeniería industrial moderna, pues quizás carezca de estas cualidades que obligaría a preservarlo.
Más bien se diría que conservarlo y dejarlo en pie es una elección sensata, que creo que este pueblo apreciaría, pues permitiría ganar con un coste moderado una extensión de los espacios públicos y lúdicos, de lo que no estamos sobrados precisamente y aprovechar la infinidad de usos a los que podría destinarse dada su gran cabida e inmejorable ubicación. Todo esto permite pensar que podía haber sido esa elección la acertada y también la más rentable.
Ninguna administración ha querido apostar por la golosina amarga del Toblerone y es que ahora los dientes están cariados, roídos de los dulces años de los ladrillos y el cemento.
Al final donde había unos dientes de tiburón hechos de chapa o el lomo de un dinosaurio cubista, aparecerán torres de apartamentos y más casas, en un país con más tres millones las viviendas vacías.
Si la memoria no me traiciona, estos terrenos eran propiedad de Andaluza de Minas, una empresa pública, desconozco como han pasado a manos privadas, pero parece mentira que después del estallar una burbuja inmobiliaria y arrastrarnos a uno de los momentos más duros de nuestra historia, siga meciendo la cuna la mano que es capaz de firmar operaciones millonarias y aquellos que nos pidieron sus votos solo utilicen una mano para protegerse del hedor y otra para taparse la boca y no notemos que se ríen de nosotros.
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