El éxito forzoso de Halloween, con verdaderas mareas de ciudadanos disfrazados, invadiendo plazas y calles de esta ciudad, solo se entiende por la plena implicación de los poderes públicos, que prefieren la celebraciones anodinas y consumistas, sin asomo de crítica política o social, a la acidez punzante de las letrillas de las murgas y comparsas del carnaval, bastante más nuestro y genuino que ir paseando con un capa negra y los colmillos afilados, desde los que aún chorrea un fino hilo de sangre fresca.
En la terraza de una cafetería un grupo de amigos tomaban chocolate con churos, todos ellos iban disfrazados de vampiros, exactamente parecía un mismo y único vampiro. Daban miedo pero al revés, un pánico pobre y ridículo, verlos mojar los churos en el chocolate, pensar que un ser que aspira a la inmortalidad y bebe la sangre de doncellas no por crueldad, sino para amarlas eternamente, se siente en una terraza a tomar churros con chocolate. Ya digo una pena una verdadera pena.
Sólo un par de mesas más allá, un grupo de vampiras bebían batidos de fresas con sirope de ciruelas rojas, ellas acertaron en la elección del alimento adecuado a la especie vampírica, pero el vestuario un fracaso, pues todas llevaban minifaldas y capas de cuero muy cortas, botas altas de tacón de aguja hasta la rodilla, había exceso de vestuario sexy y poca indagación en el alma de las mujeres vampiro, arrastradas hasta el fin de los tiempos por un amor turbulento del que reniegan pero nunca podrán abandonar. Esa aflicción no se viste de cuero como una domina, es más adecuada la seda negra, gasas vaporosas que hagan transparente el cuerpo como un tormento y no como un homenaje a la carnalidad.
Ocupé una mesa vacía entre los dos grupos y pedí un zumo de tomate y una tostada para que supieran que yo simpatizaba con ellos, pero cometí el error de restregar el ajo sobre el pan tostado, el olor les hizo retorcerse y echar espuma roja por la boca, la gente empezó a congregarse a su alrededor, hasta que echaron a volar convertidos en nubes oscuras que se las lleva el diablo.
Fue algo espectacular, ¿quién podía pensar que eran realmente vampiros?
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