La historia es tan real como la vida misma. A estas alturas de la crisis nadie debe extrañarse que ante la difícil situación social y económica que nos azota la imaginación por conseguir un puñado de euros con los que alegrar las particulares economías no tenga límite y respete muy pocos valores de los que aún puedan sobrevivir. Las innumerables formas de apropiarse de lo ajeno han sido tan diversas como las razones personales de quienes, mediante un sistema u otro, han sabido resolver sus propias carencias con la estafa o el “palo” de guante blanco. Trileros, cacos y amigos de lo ajeno ha habido siempre, pero en los últimos tiempos la habilidad y sofisticación de sus actuaciones superan los viejos y burdos métodos de antaño. La ciencia también ayuda a la delincuencia. Un conocido productor de frutos secos vendió una importante partida de almendras a dos jóvenes de apellido afamado en el sector. Celebrada la compraventa por el buen precio conseguido, el vendedor recibió como señal y en metálico una pequeña parte del importe total de la operación, y el resto le fue entregado en un talón bancario. Satisfecho por la venta, el productor invitó a cenar a dos íntimos amigos. En el transcurso de la velada, los comensales bromearon acerca de la autenticidad del talón que su propietario mostró sin pudor. A la mañana siguiente, nada más poner los pies en la calle, el feliz vendedor de almendras acudió a su entidad bancaria para depositar tan valioso documento mercantil. Con rostro de satisfacción, el cliente de la entidad disfrutaba mientras observaba al empleado introducir el talón por la máquina procesadora. El silencio se hizo en el banco y el estupor se apoderó de la cara del productor cuando en lugar de extraer el talón registrado, la procesadora se inundó de confetis oleoginosos. El talón era autodestruible y se desintegraba al ser procesado. Era un talón con sorpresas.
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