Hace poco escribí aquí que el Régimen del 78 era un muerto que caminaba sin saber que lo estaba. Que el sistema de la Transición se había agotado y que como mucho lo que estamos viviendo ahora serían sus últimos estertores: el mismo endurecimiento o bunkerización que se vio al final del Franquismo, cuando aquel régimen se sustentaba sobre un vacío social sustituido precisamente por lo que hoy damos por muerto.
En este contexto de radicalización institucional se enmarca la futura Ley de Seguridad Ciudadana, cuya traducción más acertada puede ser Ley de Represión de la Disidencia.
En el final del Franquismo lo que acabó inclinando la balanza hacia un sistema de libertades y, limitada, democracia fue el empuje social, la gente en la calle, la mayoría silenciosa que decidió gritar en una misma dirección hacia la que el poder no tuvo más remedio que conducirse, aunque fuera para dejarlo a medio camino.
Porque el poder tiene sus planes y sus itinerarios, y nosotros deberíamos tener los nuestros. Y se trataría de que no hubiera distinción entre el poder y el pueblo. El sistema está amortizado para las élites y ya nos hablan de regeneración democrática con la misma vehemencia con que Nicolás Sarkozy dijo en 2008 que para salir de la crisis iban a “refundar el capitalismo”, y ya ven. Hacer como que se cambia todo para que todo quede justo igual, otro carnaval de ruido y nada.
El horizonte que tienen previsto para todos nosotros se ve muy claro: empobrecimiento y precariedad laboral, aumento de la brecha entre los de arriba y los de abajo, limitación de derechos y jibarización de los instrumentos democráticos; todo para la voracidad insaciable de ese ente llamado Mercados, que lejos de ser una entelequia abstracta es algo muy concreto con nombres y apellidos y unos intereses que muy poco tienen que ver con los de la mayoría. Postdemocracia, lo llaman los expertos. Ese es el camino trazado y cualquiera puede comprobarlo si va sumando el dos más dos de las noticias de los últimos tres años.
Siendo así la cosa, y como se vio en los estertores del Franquismo, la solución a nuestros problemas pasa por abandonar esa senda a la que nos están empujando y empezar a construir nuestro propio camino, el que represente los verdaderos intereses de la mayoría.
Un nuevo marco, un proceso constituyente desde abajo que nos haga profundizar de manera radical en la democracia, que viene a ser cuando pueblo y poder son la misma cosa.
Poder popular, proceso constituyente, democracia radical. Radical, porque va siendo hora de atacar las raíces y no irnos más por las ramas.
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