Ni paz, ni gloria

Se comprenden las ganas de asestar la puntilla al 2013, sobre todo en estos días que abundan en recordatorios

Rafael Torres
22:57 • 02 ene. 2014

Se comprende la necesidad de dar el año por muerto, pero, lamentablemente, hoy ni empieza ni acaba nada. Todos los días acaece el fin del mundo para quienes mueren, como ayer la deliciosa Elvira Quintillá, anteayer el ‘outsider’ Coppini, o el otro día ese pobre policía local, estafado por las Preferentes y reestafado por el Gobierno, que no pudo soportar la culpa de haber agredido al malhechor de la sucursal bancaria que robó a su familia y se quitó la vida en la celda donde se hallaba encerrado. Salvo para ellos, y para el número de criaturas de toda edad, color, sexo y nación que nos han dejado en los amenes de este año infausto, ni empieza ni acabará nada con las campanadas postreras, e incluso puede que para los muertos tampoco haya terminado ni empezado nada, y sigan habitando perplejos el sueño que soñaron, solo que en otra parte, de otra manera.


Se comprenden las ganas de asestar la puntilla al 2013, sobre todo estos días que abundan en recordatorios de sus espantos y perfidias, pero mucho me temo que, coincidiendo con la duodécima campanada, otro barril cargado de TNT descenderá sobre los niños de Alepo. Aquí mismo, 2014 trae un aroma, que ya se percibe, a cosa rancia, si es que no a 1940. O, como mucho, a 1960, con sus emigrantes, con sus escolares ateridos pasando reválidas, con su ‘competitividad’ de salarios, y con toda la caspa que creímos, ilusos, erradicada. Nunca se erradicó la caspa en España, nos poníamos gorras, pelucas, sombreros, y ahora nos han quitado la gorra, la peluca y el sombrero. Año nuevo, vida nueva. ¿Dejar de fumar? ¿Hacer ejercicio? ¿Comer menos grasas? Por ese lado, sí: el precio de la cajetilla, el transporte y los alimentos con sustancia nos echarán una mano.


Cabría decirle a 2013 lo que se piensa de las visitas plastas o de las parejas adversas cuando se marchan: tanta gloria lleven como paz nos dejan. Pero gloria no se lleva, sino jirones del estado del bienestar, de democracia.







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