La ignorancia de Cristina

No debería extrañar tanto que Cristina de Borbón no se enterara de nada: siempre ha vivido en otro mundo. Sus respuestas al interrogatorio del juez Castro, la mayoría del orden del no sé y del no me acuerdo, acaso no deberían interpretarse como deliberadamente elusivas, sino como producto espontáneo de la psicología de quien, efectivamente, ni sabe ni se acuerda de nada, bien que porque no le haya dado la gana y la vida se lo haya permitido. 

 Pudiera ser, cual se malicia el juez, que Cristina de Borbón, propietaria al 50% de la sociedad Aizoon donde revertían los dineros públicos que el instituto "sin ánimo de lucro" sustraía con la indispensable colaboración de los políticos que lo administraban, conociera la procedencia de ese dinero que ella empleaba alegremente para sus cosas. Pero también podría ser que nunca haya tenido la necesidad, o la obligación, de saber exactamente de dónde salía el dinero para su supervivencia y para el mantenimiento de su tren de vida. 

La ocupación de sus padres, reyes, es natural que no la instruyeran tanto sobre los arcanos del trabajo y de su lógica remuneración como, por ejemplo, a la hija de un banderillero, de un maestro de escuela o de un albañil. 

Quien no sabe lo que las cosas cuestan, es comprensible que también ignore de dónde se saca lo que debe por ellas pagarse. ¿Sabría decir Cristina de Borbón de dónde ha salido el dineral que ha costado erario su comparecencia en el Juzgado de Palma? Tenemos una ministra, Ana Mato, que no sabía de dónde había salido el rutilante Jaguar que tenía en el garaje, y no pasa, asombrosamente, nada. ¿Cuántos coches había en el garaje de La Zarzuela? ¿Vio la Infanta a su padre, alguna vez, devanarse los sesos para ver el modo de pagar la letra? Sus abogados la sometieron en las vísperas de su deposición ante el juez a un entrenamiento tan riguroso como innecesario: pudiera ser que doña Cristina no supiera, en verdad, nada, ni se enterara de cosa alguna. En su mundo nunca le hizo falta.