El día después del debate

Estamos nada menos que ante algo muy semejante a una segunda transición

Fernando Jáuregui
22:32 • 24 feb. 2014

Voy a comenzar con una afirmación rotunda, aunque bien sospecho que no debería hacerla: no espero gran cosa, la verdad, del debate sobre el estado de la nación que comienza este martes. La suerte está echada, y ya los portavoces han elaborado su discurso y su estrategia; ya verán cómo habrá poco o nada nuevo bajo el sol. Y eso que, para mí, este acto parlamentario es acaso el más importante de los veinticinco que se habrán celebrado desde que fueron establecidos en 1983 por Felipe González.


 Estamos nada menos que ante algo muy semejante a una segunda transición, aunque a la mayor parte de nuestros políticos más relevantes les cueste admitirlo oficialmente: habría que cambiar demasiadas cosas en demasiado poco tiempo o, en frase de Adolfo Suárez, cambiar las cañerías sin que por ello deje de circular el agua. Y los políticos españoles se han ido haciendo cada vez más perezosos, al menos en lo que a las grandes reformas afecta: nos hemos acostumbrado a la herrumbe en las cañerías atascadas, las prefieren así antes que proceder a un saneamiento a fondo.


Este es el debate que exige visión de futuro y no cortoplacista. Que reclama pasar por encima de los intereses y problemas de los partidos. Que pide primar los consensos sobre la pelea electoral. Se han perdido ya demasiadas oportunidades para acordar un período regeneracionista en la política española, y mal hará Mariano Rajoy si cree que solamente a base de pequeñas ´sorpresas´ en el terreno económico -ya, ya sabemos que va a bajar los impuestos- va a salvar al menos los muebles. Me parece, y a las encuestas me remito, que los ciudadanos piden cada día más política, y eso es precisamente lo que no se les está dando.




 Sí, me parecen lamentables las disquisiciones sobre la verificación del desarme de ETA. O sobre determinados aspectos de la judicialización de la vida española. O sobre la reforma del aborto. Pienso que, en su mayoría, estos debates se convierten en cortinas que ocultan lo más urgente. Que ya se sabe que, a veces, lo interesante, el espectáculo -y está habiendo mucho de esto últimamente-, suplanta a lo importante, a lo esencial.


 Por eso me he situado ya en el día después del debate sobre el estado de esta nación nuestra. Porque las intervenciones de los oradores son lo accidental, y va a resultar muy difícil encontrar en sus parlamentos, que serán los habituales, alguna chispa que encienda nuestro entusiasmo. Después, regresará la aburrida normalidad, la campaña electoral, el sempiterno rifirrafe de mítin y sal gorda en torno a candidatos que están muy lejos de apasionarnos. Y sabremos, entonces, que otra oportunidad se ha perdido, se va a perder, en las próximas horas.






Temas relacionados

para ti

en destaque