La picaresca, que no entiende de penitencias, se está mostrando con toda su plenitud durante estos días en el viacrucis paralelo del estacionamiento, en esa procesión que siempre llevan por dentro los incombustibles nazarenos de espíritu que se mortifican al volante buscando un inexistente hueco.
Cada cual se las ha apañado hasta ahora como ha podido para aparcar su coche pero, miren por dónde, ha cundido en estos días una curiosa fórmula que se presenta como el Santo Grial para todos los amigos conductores que eran incapaces de encontrar aparcamiento… en la puerta de su casa.
La idea no es tecnológicamente muy avanzada pero funciona. Los vecinos que no disponen de una plaza de garaje en la zona en la que residen han ideado una técnica infalible que consiste en atravesar una motocicleta que ocupe la plaza de un coche: el del suyo propio. Esa posición transversal imposibilita la utilización de ese espacio por otro usuario, lo que confiere al sitio una inviolabilidad permanente.
El ingenioso modo de garantizarse aparcamiento hace realidad el dicho popular de que cuando la necesidad aprieta- por aquello de ahorrarse un dinerillo en vados o plazas de garaje, algo muy comprensible en los tiempos que corren- el ingenio se agudiza, pero también propicia que salga lo peor de muchos otros conductores que no ven con tan buenos ojos esa sutil artimaña.
Entre otras cosas, porque las motos en cuestión que se destinan a ‘reservar’ la plaza de aparcamiento presentan, en muchos casos, el aspecto propio del abandono. Es decir, el de no tener otro destino que el de servir a ese propósito. Ante esa realidad del hueco ‘ocupado’, no es de extrañar que se haya podido ver a algún conductor con los nervios destrozados imaginándose así mismo ante un inmenso paraíso -exento de las leyes físicas más elementales- donde es posible echarse el coche sobre los hombros, como en un paso más de Semana Santa.
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