A las nuevas generaciones, como decía aquel, hay que demostrarle lo que es evidente. Aquí hubo una vez una II República con una Constitución que los historiadores calificaron de muy avanzada. Contra ella se levantó Franco siguiendo los deseos de la España retrógada, zaragatera y triste. Como el levantamientos no fue unánime, estalló la guerra civil que duró tres años. Omito por demasiados sabidos los muertos y las tragedias de aquel tiempo. A la guerra civil siguió una dictadura que algunos creyeron que fuese eterna, pero no, al final el dictador estiró también la pata y entonces hubo que buscar juristas de altísimo copete para medio apañar aquello. Resulta que Franco, saltándose el orden dinástico, nombró como su heredero a Juan Carlos de Borbón a quien hizo jurar los Principios Inmutables del Movimiento. Menudo escollo, pues. Al fin, tras de no poca bisutería profesoral y jurídica, se consiguió una Monarquía Parlamentaria y una Constitución con un principio irrenunciable: la soberanía reside en el pueblo. Esta hubiera sido la ocasión de preguntarle a los españoles si querían Monarquía o República pero, qué va, las derechas herederas del franquismo s no estaban para ello. Dicen que entramos en el período de paz más largo de nuestra historia, lo cual yo no lo pongo en duda, habida cuenta de lo poco que duran aquí los períodos de paz. El caso es que, a los 39 años de reinado de Juan Carlos, la Monarquía entra en su peor momento con una generación que la cree meramente simbólica y corrupta. Algunos partidos de izquierdas se lanzan a la calle pidiendo un referéndum. Desde que el Rey abdicó toda está la prensa está metida de hoz y coz en la vorágine de convencer al pueblo de que no hay otro camino. Torres Dulce sentencia: “Lo que no está en la Constitución no existe”. La misma Reina Sofía, a la que nunca escuchamos una definición política, afirma convencida de que no pasará nada. Todo está atado y bien atado en la sucesión sin traumas de su hijo, y por lo que concierne a los dos grandes partidos beneficiarios, PP y PSOE, eso del referendum ya ni se plantea. Quizá este designio sea el que más convenga para la felicidad de los españoles, pero ¿ quién nos librará de que las calles y plazas se nos llenen de nuevo de banderas republicanas? Las cuestiones aplazadas al fin terminan por asomar la cabeza.
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