Puede que en el futuro los arqueólogos que rastreen los cimientos de nuestra actualidad se tropiecen con algunas urnas repletas de periódicos, monedas y testimonios temporales del día en que se formalizó el inicio de obras nunca realizadas. Esa geología de promesas enterradas y olvidadas marcará no sólo el mapa de la desvergüenza de unos, sino también el de la sorprendente tolerancia de otros: de todos cuantos permitieron el fraguado y la cimentación del incumplimiento como eje del manual de estilo habitual por parte de algunas administraciones. Algún día, por ejemplo, la primera piedra del Hospital Materno Infantil, anunciado en maqueta –pero sin proyecto- y finalmente olvidado por la Junta de Andalucía, formará parte, junto a los cañones de la Plaza Vieja o la plancha del Bar Los Claveles, de ese listado de misterios e incógnitas contemporáneas almerienses. Y es que a estas alturas uno no sabe qué es lo que más le llama la atención, si el morro que se gastan los que prometen, incumplen y olvidan, o el papafritismo de los que lo aguantan sin rechistar. Sin ir más lejos ahora tenemos a un grupo de vecinos de Pescadería acampados ante la puerta de la vieja Casa del Mar, cerrada por la Junta desde 2009, cuando se anunció su próxima remodelación como Centro de Salud. Cinco años después, ni centro, ni salud, ni nada. Eso sí: el delegado de Salud ha visitado a los acampados (alguno de ellos en huelga de hambre) y les ha dicho que no comer es muy malo para la salud y que la construcción del centro está “en primera línea de prioridad cuando haya liquidez”. Francamente, no sé qué habrá molestado más a los acampados, si ese tipo de declaraciones o que se hubiese zampado una hamburguesa de El Goloso en su cara. Y es que es precioso eso de llevar a Almería en el corazón, como decía la presidenta Susana Díaz, pero es mejor llevarla también en la cartera para poder cumplir lo que se promete. Aunque sea una vez.
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