Querido abuelo: Ojalá no hubiera tenido nunca la tentación de dirigirle estas palabras, pero la indignación que siento desde que me desayunara ayer con la horrible y repugnante noticia publicada en La Voz del brutal asesinato del perro de su nieta, acaecido en la pedanía de El Alhanchete, en Cuevas de Almanzora, ha motivado que me tome la licencia de escribirle estas líneas, pese a que tan solo conozco de usted su nombre y su edad. Ante todo he de felicitarle por la resignación franciscana con la que, tal vez por su edad y sensatez, asistió destrozado y dolorido a la cruenta e incalificable muerte del pequeño can que a buen seguro sería uno de los mejores amigos y acompañantes de su querida nieta. Como bien sabe no es la primera vez que los titulares de periódicos han de ocuparse de sucesos de esta índole, -no muy lejos en el tiempo un pobre burro sufrió en la capital una cruel paliza que casi lo mata-, quizá porque la mayoría de personas de bien no pueda entender cómo detrás de la máscara de muchos seres humanos se esconden indescriptibles monstruos, hombres y mujeres que habitan en el daño ajeno, ya sea a otro semejante o a cualquier ser de otra especie, alimañas de vecindad que acechan cualquier mínima oportunidad u ocasión para dar rienda suelta a su insaciable hambre de dolor, bestias de nuestro entorno que se regocijan en el sufrimiento ajeno, en tanto son incapaces de refrenar sus criminales instintos. No es mi intención cansarle con estas reflexiones , pero permítame decirle que frente a esa jauría de criminales, de maltratadores y de asesinos de animales hay una inmensa mayoría de ciudadanos que cuidan, quieren y aman a todos los seres de cualquier especie, porque ninguno de ellos es capaz de albergar los bajos instintos, el odio y la crueldad que han calificado al innombrable asesino que ha matado al perro de su nieta y quebrado sus buenos sentimientos. Solo deseo que se haga justicia.
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