La Transición Española, esto es, el paso desde una dictadura de casi 40 años a un sistema democrático como el que nos dimos los españoles con la Constitución de 1978, ha sido reconocido como modélico por politólogos de todos los colores e ideologías, tanto españoles como extranjeros. Es verdad que en su momento hubo alguna corriente rupturista, sin duda minoritaria, que pudo haber puesto en cierto riesgo lo que al final se logró, pero el resultado está ahí.
La Transición fue posible por la generosidad de muchas personas que consiguieron hacer tabla rasa de la confrontación entre españoles que tanto daño produjo en el pasado, viniendo desde una dificultad de convivencia de muchos años atrás. La Transición nos trajo lo que se ha venido a llamar “El Sistema”, articulado en torno a una serie de valores ampliamente reconocidos en nuestra Carta Magna y con unas instituciones soberanas que nadie ha cuestionado en todos estos años.
De repente, algo ha estallado dentro de nuestra sociedad, como un auténtico bombazo, que ha puesto en total cuestión todo nuestro entramado democrático e incluso los modelos de participación en una sociedad libre que constituyen los Partidos Políticos. Este estallido ha sido la irrupción, como elefante en cacharrería de la CORRUPCIÓN (con mayúscula), en un momento en que la crisis económica ha puesto al borde de la desesperación a varios millones de españoles desempleados y, lo que es peor, sin esperanzas de que esa situación sea reversible en un razonable espacio de tiempo.
En mi opinión, “El Sistema” debe ser lo suficientemente fuerte para que dentro de él se produzca la regeneración democrática que España precisa. De hecho, las Instituciones del Estado, Justicia y Fuerzas y Cuerpos de Seguridad, están sacando a la luz a numerosas personas que aprovechando las propias ventajas que el “Sistema” ha ofrecido, se han aprovechado a través de tramas o comportamientos individuales, durante demasiados años, para lucros personales. Es cierto que los Partidos hegemónicos, PP y PSOE, no han estado especialmente vigilantes ni celosos a la hora de elegir a algunos de sus representantes y de controlar comportamientos y enriquecimientos, en muchos casos evidentes, pero de ahí a entender que nada de los que nos dimos sirve, va un profundo abismo.
En esta situación de desesperación de muchos ciudadanos y de escándalos repetidos, era fácil la irrupción de una fuerza política que en su “ideario” fundamental habla de acabar con “El Sistema”. ¿De verdad que hay que acabar con todo lo existente? Sinceramente, creo que no.
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