En su proverbial línea de colaboración con el bienestar, el gozo y el desarrollo de Almería, la Junta de Andalucía acaba de dar luz verde al proyecto de explotación del yacimiento de mineral de hierro de Minas del Marquesado en Granada, que contempla el transporte de mineral en contenedores desde el puerto de Almería. Naturalmente, la iniciativa cuenta con todos los permisos medioambientales de la propia Junta y los impactos medioambientales, sonoros y estéticos han sido medidos, contemplados, corregidos y minimizados al máximo en Sevilla. Por lo tanto, qué felicidad más grande tendremos los almerienses cuando el proyecto ve finalmente la luz, aunque sea entre una polvareda ocre llevada por una ponientá. Francamente, no sé cómo no sale la gente por el Paseo a concentrarse frente a la sede de la Junta de Andalucía en Almería para dar las gracias con vítores y aclamaciones. Eso sí: el que piense que a la Junta le importa un pimiento el estrépito, la suciedad y el cambio de paisaje urbano que puede suponer la vuelta del mineral de hierro al centro de Almería y que lo que quiere en realidad es intentar cuadrarle las cuentas a la Autoridad Portuaria dependiente de la Junta, por favor, que retire de su mente ese sucio pensamiento. Es bien sabido que la Junta es fuente de permanente apego y adoración para la tierra que su presidenta asegura llevar en su corazón y que para ella son frecuentes las noches de desvelo a la orilla del Guadalquivir imaginando el modo de hacernos más felices. Es más, si tú le preguntas ahora a un almeriense si prefiere que la Junta dé luz verde a la instalación del Corte Inglés o al transporte diario de mineral de hierro por el centro de la ciudad, sin duda todos preferirán esto último. Por eso la Junta quiere la vuelta del mineral de hierro a nuestra capital: porque conoce la estrecha conexión de afecto que los almerienses guardamos con lo que supusieron esos vagones de camino hacia los muelles. Polvo, sudor y hierro. ¿De verdad alguien quiere más?
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