Comienza a ser una estampa típica de Almería. Me refiero al reparto de hortalizas que protagonizan en Almería las organizaciones agrarias de cuando en cuando como forma de protesta por la situación que atraviesan nuestros productores. La denuncia en esta ocasión, como otras veces, tiene que ver con los precios que reciben los agricultores por sus hortalizas, muy por debajo de los costes de producción y de recogida.
Este tipo de actos, que en verdad no dejan de ser simbólicos, acercan ciertamente al consumidor al escenario del problema, a la vez que aligeran la cuenta de la compra de ese día. Vaya una cosa por otra: me llevo el calabacín y me quedo con tu cara y con tus problemas.
La realidad del campo, de ese día a día, es durísima. No hay festivos ni días de descanso porque la mata no descansa. El agua y las semillas son caras y el recibo de la electricidad que nunca fue comedido ahora se ha disparado. En esas condiciones, hay que echarle mucho valor para tirar adelante.
A pesar de todo eso, Almería continúa sacando de donde no hay, superando cada obstáculo, cada zancadilla y cada sequía o granizada para liderar el sector cada año. A cada balance, una medalla de oro por el volumen exportado, las toneladas producidas y todas esas macro cifras que acaban reflejándose en un informe.
Lo que no se termina de ver en esos estudios es la cara que se le queda al agricultor que ha puesto dinero y esfuerzo en su plantación y que a la hora de vender esos productos comprueba que su particular balance es el de lo comido por lo servido.
Que el sector agrícola es potente, que genera muchísimo empleo y que sin él Almería estaría más perdida que el Carracuca, es una incontestable realidad; como también lo es que las grandes cadenas se están aprovechando de mala manera, pagando precios irrisorios por productos que luego nos venden a todos a precio ‘gourmet’. Un gran negocio, para unos pocos.
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