Podemos, el partido de Pablo Iglesias, también ha roto el tablero político y electoral del País Vasco y Cataluña, según los sondeos. Pasaban por ser ámbitos especiales singulares, como cotos privados de caza de los nacionalistas. Y resulta que no, que allí la razón de pertenencia también recula ante la razón de subsistencia. Que el sentimiento identitario y el patriotismo ceden frente a la calidad de vida y el poder adquisitivo. Y que es menos importante ser que tener.
Veámoslo de otro modo. El cruce de las encuestas de intención de voto a Podemos en Cataluña y el País Vasco con las declaraciones de sus dirigentes, especialmente las contenidas en el reciente discurso de Pablo Iglesias en Barcelona, nos revela que estamos ante un pinchazo de la burbuja separatista. No me negarán ustedes la importancia de esta singular aportación del partido de los indignados a la causa de la estabilidad política.
Interesante paradoja: quienes se muestran dispuestos a reventar el bipartidismo y la centralidad ocupada por PP y PSOE también aparecen dispuestos a reventar el mayor riesgo de inestabilidad que hoy por hoy nos amenaza, el separatismo catalán. Y el vasco, por supuesto. Así contribuye Podemos a reforzar esa estabilidad del sistema reclamada en su reciente rueda de prensa por el presidente del Gobierno, Mariano Rajoy.
Lo dicho. Al menos en este delicado asunto Pablo Iglesias ya es un aliado objetivo de los dos grandes partidos centrales frente a las amenazas de fragmentación de la soberanía nacional. En vez de valorarlo como un significativo elemento de análisis de la situación, Mariano Rajoy no solo lo ignoró sino que volvió a la carga con sus apelaciones a una eventual gran coalición PP-PSOE como freno a la temida inestabilidad.
Me parece un error su insistencia en una posible alianza de los dos grandes partidos centrales. Así engorda a Podemos porque implícitamente está asumiendo para éstos la caracterización de "casta". O sea, está dando la razón a quienes denuncian la existencia de una "oligarquía dominante" que ahoga el "poder ciudadano". De modo que la táctica de Moncloa solo puede explicarse como maniobra destinada a empeorar la cotización electoral del adversario de siempre, el PSOE, pero de ninguna manera como una aportación a la estabilidad del sistema expuesto al aventurerismo de Podemos.
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