El experimento griego

Andrés Aberasturi
01:00 • 02 ene. 2015

La gran prueba, si es que todo sale según lo previsto, será el 25 de enero, fecha en la que se abrirán las urnas en una Grecia hundida política y económicamente para elegir un nuevo gobierno. Según las encuestas Syriza logrará la mayoría y podría gobernar en coalición cambiando radicalmente las reglas de juego que hoy por hoy se imponen en la Unión Europea. A partir de ese momento asistiríamos a un pulso entre dos formas de entender y gestionar la crisis occidental: la que sigue defendiendo la mayoría  de los gobiernos europeos  liderados por Alemania y la que ha anunciado cientos de veces el líder de Syriza, Alexis Tsipras.


Es verdad que sus propuestas, acusadas de populistas en muchas ocasiones, han ido bajando en radicalidad según subían sus expectativas de llega al poder, pero no por ello podrán hacer lo contario a lo anunciado. Y lo anunciado choca frontalmente con lo que hoy por hoy se hace en Europa. Cierto que ya no hablan de salirse del euro o pasarse unilateralmente por el arco del triunfo la monumental deuda pública de su país, pero, pese a todo, lo prometido por Syriza es cambiar el rumbo totalmente y ofrecer a los griegos una alternativa esperanzadora de inversión pública o rebajar la edad de las jubilaciones a los enormes sacrificios que desde su rescate hasta hoy les ha impuesto la ortodoxia del ajuste que viene de la troika.


El problema es que para cumplir esas promesas hay que ganar el pulso por la fuerza o negociar. Y lo primero parece descartado porque, al menos hasta ahora, Europa -o quienes mandan en Europa- no quieren experimentos y siguen creyendo que el ajuste duro es la única solución a los problemas y el dinero, ay, lo tiene Europa y Grecia depende del BCE para sobrevivir y no quebrar. Y eso puede gustar o no, pero es lo que hay y así las cosas, Syriza tendrá que darse cuenta de que predicar ideales es mucho más fácil que  cumplirlos.




De lo que pase en Grecia -tan pronto- dependerá quizás el futuro de Podemos y el panorama no es especialmente propicio. Si yo fuera Pablo Iglesias estaría deseando racionalmente lo contrario a lo que debe desear su corazón: una sorpresa y que Syriza siga en la oposición y no tenga que enfrentarse a la sucia realidad.


Porque el punto débil de los dos partidos, Podemos y Syriza, tan parecidos en tantas cosas, es que sus postulados, en gran parte,  no dependen la voluntad de sus países respectivos sino que tendrían que pasar a la fuerza por un cambio radical en la política de la UE que hoy por hoy no parece posible pese a que las críticas hayan aumentado y pese a que el rescate griego -aun por concluir- se reconozca en muchos foros como una chapuza. 






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