En cualquier país normal que no está tarado por cuarenta años de dictadura fascista se aplaude la aparición de grupos jóvenes esperanzadores que sueñan caminos nuevos ya sea en política, en ciencia o en arte. Aquí la irrupción de Podemos parece una desgracia nacional especialmente para aquellos que han venido detentando el poder bajo el sistema bipartidista. Yo sé que dentro de quince o veinte años a lo mejor tenemos que hablar de la corrupción o del enriquecimiento ilegal de algunos militantes afines a Pablo Iglesias, pero propalar ya de entrada el infanticidio cruel en su misma cuna y sin haber gobernado todavía, me parece una canallada. Del PP y del PSOE ya sabemos unas cuantas cosas. La más grave es la corrupción cerdosa en la misma charca que ha terminado por frustrar a buena parte de sus propios votantes. De Podemos lo más que sale en los periódicos son naderías. Eso sí, bien difundidas por los medios afines bajo la santa intención de que nada cambie. Al principio relacionaron a Podemos con Venezuela y con Chávez; luego dijeron que eran una panda de comunistas del 15-M. Ahora nuestro ínclito diputado Rafael Hernando, los hace compañeros de viaje de ETA. A todo esto se le llama informar imparcialmente a la ciudanía, qué monstruosidad. Sobre Podemos lo mejor que se puede decir es que está creciendo. En pocos meses se ha convertido en la segunda fuerza política de este país. Esta sería la mejor prueba de su vitalidad. Pero es que, además, la mayoría de las cosas que se dicen de estos jóvenes no pasan de ser infundios. Lo mejor que he leído sobre el nuevo partido se lo debo a un par de sociólogos José Pablo Ferrándiz e Ignacio Urquizu. Para estos señores la mayoría de los votantes de Podemos no son de ideología radical. Son gente con trabajo, con estudios superiores la mayoría, y se definen como clase media. Gran parte de los ellos se declaran agnósticos. Hay gente de derecha e izquierda; comunistas en puridad no pasan de un siete por ciento. Quizá podría hablarse con más exactitud que están más cerca del PSOE. Ahora apliquen ustedes todos estos conceptos y les saldrá un retrrato mucho menos feroz del que hacen Floriano o Hernando en sus horas de juicio final.
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