En principio hay que decir que el pueblo andaluz nunca olvidará lo que, durante siglos, vino haciendo aquí la derecha, señora inequívoca del poder político y económico. La fina estampa de una Duquesa de Alba cantando flamenco y bailando sevillanas en plena calle mientras un grupo de jornaleros desarrapados intenta ocupar una de sus fincas, lo dice casi todo. Y si no queremos tomar las aguas tan lejos trasladándonos a épocas de grandes señoríos, recordemos aquí la lucha por el artículo 151 que retrató bien la ambiciones clasistas de los señoritos terratenientes. Por algo cuando se presentaron al público los tenores del reciente debate, tuvieron los tres mucho interés en subrayar su origen menesteroso. Uno dijo que su padre era fontanero, el otro talabartero y el último, para no ser menos, afirmó que provenía de emigrantes. En Andalucía decir que eres hijo de un millonario o de un banquero con suerte, resulta complicado. En este contexto no parece un escándalo, como repite ahora el PP, que los socialistas gobiernen durante treinta años, sobre todo si más arriba de Depeñaperros, hay mordidas millonarias sobre colegios concertados, bancos saqueados, hospitales cerrados y desigualdades en aumento. De los tres capítulos del debate, el más brillante al menos para la izquierda fue el de las políticas sociales. Aquí Susana Díaz no tuvo necesidad de ponerse empollona. Le bastó con recordar anécdotas recogidas en la calle. Madres con hijos a los que no pueden darles carrera por no poder pagas las tasas. Enfermos que solo encuentran en la sanidad pública su aliviadero; no hablemos ya de hepatitis C cuyos medicamente resultan, al parecen, muy caros. Si el PP quiere gobernar algún día Andalucía, tiene que comenzar por reconocer que la privatización de lo público, aumentar las cargas a los más desfavorecidos y cargarse de una tacada los avances del Estado del bienestar, resulta letal para las familias a punto de exclusión. No vale solo bajar los impuestos cuando tocan elecciones, ni querellarse contra los desahucios contentando a los fondos buitre, ni por supuesto endurecer la seguridad a a costa de arrastrar a la gente por la calle como si fueran sacos de abono. Estamos en Andalucía. Aquí hay otra sabiduría vital más allá del tanto por ciento y las decimillas. Y a ver cuando llega Rajoy por aquí para hablarnos de la música celta. Tanta recuperación se compadece mal con ser luego un “esaborío”.
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