No soy psiquiatra, pero determinados síntomas aparecen descritos en la historia contemporánea con la misma precisión que el mejor de los diagnósticos médicos. Cuando se acusa al actual juntandalucismo de actuar desde la perspectiva y la asunción de lo que en términos políticos podemos llamar “régimen”, a los más pluscuamperfectos les entra rápidamente el soponcio comparativo y reniegan de la idea argumentando, por ejemplo, que la hija de un fontanero no podrá jamás establecer semejante modo de gobernarse. Lean más. El padre de Benito Mussolini era herrero y el de Mao comerciante de arroz, así que no cabe inferir relación directa entre la ocupación de los progenitores y las carreras de los vástagos. En este sentido, no puedo resistirme a recordar que el padre de Julio José Iglesias también es cantante. Pero no nos desviemos. Ya digo que la historia explica bien que uno de los síntomas propios de todos los sistemas de gobierno devenidos en régimen es la identificación indisoluble del líder con la patria. Evita Perón era Argentina con moño y Jordi Pujol era Cataluña con papada. No hay nada nuevo, por tanto, cuando vemos a Susana Díaz hablar de Andalucía como si ella misma y nuestra Comunidad formasen una carne común, en torno a la cual Susana se ciñe a duras penas gestatorias la blanquiverde, como si de la túnica de una vestal se tratase. Antes partía que doblá, y aquí nadie arrastra a Andalucía por el barro contando esas miserias del paro que no existe, las aulas portátiles que otros se inventan y la alta frecuentación de las urgencias que los perversos llaman caos. Nada de eso es verdad en este cuerpo místico andaluz, y quien eso diga habrá de vérselas conmigo. Pero por si acaso usted es de los que piensan comprar este discurso, le apunto, por si le interesa pensarlo, que más mancha la túnica de la realidad andaluza el relato judicial de los golfos amparados por el sistema, que la descripción de los treinta años de grandes éxitos del PSOE en esta tierra.
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