Acostumbrados como estamos a asumir y adoptar términos confitados en las factorías de doctrina, hemos acabado interiorizando conceptos absolutamente vacíos que dotan de aparente y solemne precisión a las conversaciones. Una de las, a mi juicio, más irritantes incorporaciones al lenguaje cotidiano es la acuñación “tiempo nuevo”, que estos días repiten sin cesar concejales recientes, periodistas recurrentes y comentaristas poco originales. Esto del “tiempo nuevo” es una milonga incongruente que recuerda a la fatigosa “memoria histórica”, convertida ahora en “memoria democrática” por razones de aliño partidista. Pero no nos desviemos y centrémonos en lo absurdo de pretender catalogar de nuevo a algo, como el tiempo, que es una magnitud física con la que se mide la duración de acontecimientos en permanente cambio. Pero no quiero hacerles ahora disquisiciones metafísicas, sino destacarles el extraordinario cuajo que supone anunciar un “tiempo nuevo” para explicar que vas a prolongar cuatro años más un gobierno que ya acumula más de tres décadas consecutivas de mantenimiento y conservación por procedimientos no siempre ejemplares. Y si de algo está sobrada la presidenta de la Junta de Andalucía, Susana Díaz, es del desahogo necesario como para permitirse definir como “tiempo nuevo” a los cuatro años en los que Andalucía se acercará a los cuarenta años de gobiernos socialistas non-stop. Pero la inexactitud del “tiempo nuevo” no sólo es semántica: a las 24 horas de su elección, el alcalde socialista de Punta Umbría (Huelva), fue detenido por presuntas irregularidades en las subvenciones de los cursos para parados y ayer mismo la juez Alaya imputó por parecidas razones a los ex delegados almerienses de la Junta, Manuel Recio y Alejandra Rueda. ¿Puede calificarse de novedoso el interés judicial por las andanzas de los cargos del PSOE en la Junta? Por eso, si doña Susana quiere hablar de tiempo nuevo, le sugiero desde el cariño que hable de lo fresquito que está viniendo este junio en Sevilla.
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