Escribo otra vez sobre el mar, ya que estas mal llamadas olas de calor no nos dan tregua y las noches a treinta grados no nos dejan otra escapatoria que ir a darnos un baño nocturno para intentar conciliar el sueño. A estas horas la zona de la playa bulle, y en la arena se concentran grupos de pescadores, jóvenes, familias y algún noctambulo y noctambula. Tener el mar a un salto de chancletas es lo que tiene, puedes ir y volver casi sin pensarlo.
Y aunque suenen idílicas estas cálidas y tórridas noches de verano, al final te vas con un cabreo descomunal a la cama porque todas las calles que bajan en el Zapillo hasta la playa están sucias, malolientes y descuidadas. Una vez que consigues llegar a la arena de la playa el espectáculo es dantesco si lo has hecho antes de que pasen sin desfallecer las máquinas limpiadoras. El paisaje de la playa es como el de un naufragio dantesco de basura: plásticos, latas, colillas, papeles, restos de comida, botellas de vidrio y plásticos, y cualquier otra cosa que pudiéramos imaginar allí se exhiben descaradas sobre la arena. Cuando nos sumergimos en el mar no son tiburones, ni delfines, ni medusas, ni cualquier otro habitante del mar el que nos roza; el peligro es otro: restos de nuestra propia basura nos acechan y nos dan sobresaltos. Y si no nos ha matado del susto, nos matará porque el plástico mata. El plástico tarda cientos de años en biodegradarse, en algunos casos más de 1.000 años. Se va fragmentando en trozos, cada vez más pequeños, por lo que el viento y el agua pueden transportarla a grandes distancias, y por muy pequeñas que sean siguen conservando su toxicidad. Del mar pasa a la cadena alimenticia marina, que ya se encuentra gravemente contaminada y, en algunos casos, ya es hasta irreversible. Hay casos más escandalosos como la aparición de un cachalote con toneladas de plástico de invernadero en su estómago y que le llevó a una muerte segura. Además los plásticos actúan como auténticas esponjas de otros contaminantes químicos, procedentes de la agricultura y la industria, y les favorece la entrada en la cadena alimentaria. El plástico tiene sustancias como el bisfenol A, que es un potente cancerígeno. Nuestros hijos, nietos y sus descendientes no conocerán un mar sin plásticos: el mundo tira ocho millones de toneladas al mar cada año ¿y dónde van a parar? Los plásticos van formando islas flotantes, la expedición Malaspina ha calculado que hay entre 6.350 y 245.000 toneladas de plástico flotante, y nos advierten que es una fracción muy pequeña de lo que hay realmente en los océanos. Esto es aproximadamente 5,25 millones de partículas de plástico y darían para llenar más de 10.000 camiones. El mar se ha convertido en nuestro vertedero y es el mayor del mundo; la contaminación que provoca es mucho mayor de lo que se observa en superficie. Hay que reducir de manera drástica la llegada de residuos al mar, mejorando los sistemas de recogida de basuras pero también poniendo nuestro granito de arena: no dejando nada de basura tras nuestra visita a la playa depositándola en un contenedor; elegir productos fácilmente reciclables y que tengan menos envases, etc.
Ante los que no les importa nadar en sus propias inmundicias, que nos están envenenando, hay rayos de esperanza en la humanidad y en el Planeta cuando veo a personas recoger la basura que no es de ellas, ni la han producido y la sacan del mar, de la orilla y de la playa; y de forma silenciosa y abnegada la depositan en un contenedor. Gracias a todas y cada una de ellas.
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