De las cosas que están ocurriendo en Cataluña, uno de sus actores principales es su actual presidente Artur Mas i Gavarró. Pero ¿quién es este personaje que ha desatado el vendaval político más grave y que según algunos analistas estaría dispuesto a inmolarse por la causa?
Se trata de un hombre de clase media que llegó a la política por azar, cuando parecía que su lugar natural sería ejercer profesionalmente en la empresa privada. Con menos de treinta años se vio aupado como director general de la Generalitat y a partir de aquí comienza su carrera como funcionario de la política.
Sin ideología El escritor Baltasar Porcel, buen conocedor de los líderes convergentes escribiría que “Artur Mas no es un político, porque a Mas la política no le gusta…” Su perfil ideológico se corresponde con el de un tecnócrata que ha ido trepando puestos en la Administración e instalado muchos años en la indefinición política para no granjearse enemigos.
Siempre, eso si, bajo la sombra protectora de la familia Puyol, aunque su puesto se lo debe al núcleo de su partido, conocido como el pinyol, jóvenes con ensoñaciones patrióticas, independentistas más que convergentes, que se hicieron con el poder en los últimos momentos del puyolismo.
Voces críticas consideran que es rehén de esta generación que lo aupó a la presidencia, temerosos de que fuera Josep Antoni Duran i Lleida el elegido.
En el 2003 gana las elecciones y a su vuelta se encontró a Pascual Maragall en el sillón. A partir de aquí, su relato político se va a edificar en el victimismo: “soy aquel que gana elecciones y no gobierna”. Durante su larga travesía en la oposición tiene que soportar la ridiculización de su figura en algunos programas de televisión, al mismo tiempo que sus rivales políticos lo ninguneaban.
Frances Homs, su más estrecho delfín, afirma que Artur Mas “ha sufrido el desprecio intelectual más bestial que haya pasado nunca un político” por parte de las elites catalanas. Su propia mujer, irá más lejos al decir que ha habido un intento permanente de linchamiento hacia su persona. El mismo reconoce ser un “desconfiado patológico”, que considera que “Cataluña es muy cainita”.
La épica política Alrededor de su persona se ha construido una retórica épica en las que Gandhi, David, Mandela, Luther King… son los modelos a representar. Jordi Pujol, diría “que le preocupa Artur, es un hombre con mucha religiosidad ah, y ¡cumple las promesas!”. Con este bagaje, las críticas hacia su figura son cada vez más manifiestas. Se le acusa de haber roto o ignorado los fundamentos del catalanismo integrador y de convertirse en un político agitador dominado por los ideales.
Lo que sí parece intrínseco a la figura de Mas es cierto mesianismo en su estilo de gobernar, quizás reflejo de una sociedad civil necesitada de liderazgos plebiscitarios y personalistas.
Una sociedad donde el amiguismo, la sumisión al que manda o el halago a nuestro superior siguen muy presentes en el subconsciente social en un sistema presidencialista, con listas cerradas y partidos-empresa que los favorece.
El resultado es que se ha creado una atmósfera de tensión tal que la catarsis se hace necesaria conforme a los mecanismos de la intriga. La pregunta es cómo desenredar la trama. ¿Se proclamará la independencia de forma unilateral? ¿Dimitirá Artur Mas? ¿Se intervendrá la Autonomía? Otros esperan que en el último minuto el pacto se produzca. Mientras tanto, las emociones están servidas.
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