La semana del columnista diario suele ser dura, y no solo por el calvario que supone enviar el artículo a hora fija cuando a lo mejor no tienes ni el tema, sino por los muchos desastres que ocurren con harta frecuencia en los noticiarios. Un periodista consciente que quiere ser testigo de su tiempo, no puede mirar para otro lado primando con descaro las fruslerías típicas de quien no teme que el mundo se vaya al carajo. Cómame yo mi huevo, como decía aquel, y que todo lo demás arda por los cuatro costados. No obstante , a pesar de esta urgencia de bomberos, el periodista también es un trabajador y por consiguiente debe descansar el fin de semana para estar listo el lunes . En general, el sábado yo lo dedico a cosas intrascendentes , terapia de bolsillo para el olvido: paseos, encuentros, recuerdos de la infancia, etcétera. La semana pasada visité un mercado que para mí es algo así como si entraras en una catedral de olores y sabores. Estando en pleno otoño me llamó la atención el puesto de las frutas, y entre ellas, las granadas. No sé a qué se debe que este fruto del granado, árbol mistáceo, de flores rojas, esté desapareciendo. Personalmente, yo tengo muy buenos recuerdos, del mismo: desde buscar su sombra en los veranos de fuego hasta verlo citado en la Biblia como elixir de amor. ¿ Se han fijado ustedes en los colores translúcidos de los granos de la granada? Están colocados en graderíos a la manera de los estadios modernos. Para independizarse unos granos de otros, aparece un velo finísimo que los libra de toda contaminación. Los granos se conservaran en un prodigioso joyero. Pocas f rutas habrá más bellas que este milagro otoñal, maravillosa miniatura de la naturaleza, obra maestra de un alarife sin nombre. No tiene nada de particular que la granada aparezca como signo amoroso en las jarchas de los poetas árabes. A pesar de las negruras y desastres que uno tiene que tragarse todos los días, el mundo sigue siendo hermoso. Todo está en si hemos de dejar que triunfe el mal cruzándonos de brazos frente a la barbarie. Hay quien dice que ya no queda nada puro, que nos engaña hasta quien menos podría pensarse. Sin embargo aún podemos elevar el ánimo mirando el otoño como promesa de primavera.
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