Lo más usual en las crónicas de los sucesivos aniversarios de la Constitución, y este domingo celebrábamos el que hace el número 37, es el balance de los presentes y de los ausentes, la narración de lo que se dijo en los corrillos con los ‘importantes’ y el recuento de los que se muestran, en público o en privado, a favor o en contra de la reforma de la ley fundamental. Solamente que este año era la primera vez en la historia de estos aniversarios –quien suscribe ha asistido a todos ellos—en la que la fiesta en el palacio de la Carrera de San Jerónimo se celebraba en plena campaña electoral(y no, por cierto, en una campaña electoral cualquiera), y con asistencia y protagonismo máximo de dos líderes que seguro que tendrán mucha representación parlamentaria, pero que ahora no la tienen: Pablo Iglesias y Albert Rivera. Hasta aquí, la versión digamos ‘convencional’ de lo que habría de ser la crónica pura y dura de este aniversario, que va a dar pie a una Legislatura en la que la reforma de nuestra Constitución va a centrar el debate político fundamental.
Porque luego está la parte menos convencional del relato: todo, todo, en los corrillos múltiples que se organizaron, más bien en torno a los periodistas que en torno a los cuatro líderes políticos más destacados que pululaban por los pasillos de la Cámara Baja, se centraba en torno a los pactos que se harán o dejarán de hacerse tras la jornada electoral del próximo domingo 20. O sea, que quedan poco más de dos semanas para empezar –empezar, que quién sabe cuándo estará terminado el cuadro—a conocer lo que nos va a deparar el futuro político, que es, al fin y al cabo, el futuro más importante y decisivo. Y muchas cábalas, claro, acerca de la primera confrontación de las cuatro candidaturas en un debate televisivo, este lunes, que suscita no pocas especulaciones, sobre todo por la presencia de la vicepresidenta Soraya Sáenz de Santamaría, junto a los otros tres principales candidatos, en sustitución de Mariano Rajoy. Pablo Iglesias llama, con ingenio y mala baba, a estas especulaciones, acerca de una posible sucesión en la presidencia del Ejecutivo, ‘operación Menina’.
Lo que este cronista sabe y supone en torno a ambas cuestiones no es mucho, pero sí algo: sabe que un gran ausente en esta fiesta dominical, Felipe González --¿por qué nunca asisten a estos actos los ex presidentes del Gobierno?--, aboga por lograr que Pedro Sánchez acceda a admitir un pacto poselectoral entre el PSOE y el Partido Popular, como forma de consolidar el bipartidismo y de blindarse frente a tentaciones ‘esotéricas’, como la que el propio Sánchez sugirió, o interpretaron que sugería, hace dos días (ya se ha arrepentido, dicen, si es que realmente se pronunció en tal sentido), que aglutinaría a socialistas, Ciudadanos y Podemos, pacto desmentido prontamente como imposible por las dos últimas formaciones. Rajoy habría dejado los contactos con Felipe González a algunos importantes representantes de las fuerzas económicas, siempre según las versiones, insisto, que llegan a este cronista acerca de los intentos para lograr esta ‘gran coalición’, o algo semejante.
Acerca de la posibilidad de que, en algún momento de las intensas negociaciones poselectorales que vienen, se sugiera una sustitución de Rajoy por su vicepresidenta, lo que facilitaría, dicen, un pacto con Ciudadanos y tal vez con el PP, todo parece estar abierto, incluyendo la falta de ambición política de un Rajoy que está realizando, de lejos, la mejor campaña electoral de su vida. Pero esto, como tantas otras cosas, está en veremos, y las incertidumbres introducidas por las encuestas que se están publicando estos días no inducen a hacer predicciones demasiado tajantes.
Pero, claro está, todo esto último forma parte de la crónica políticamente incorrecta que acompañó al antepenúltimo acto de celebración de la Constitución tal y como está. La celebración de 2018, si se confirma que la próxima Legislatura, la del pacto y las reformas, será corta, tendrá ya un texto constitucional remendado y enmendado. Y seguramente, mejor, por más adecuado a los tiempos que corren.
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