Hemos de hacer un esfuerzo para desvincular lo ocurrido en la asamblea de la CUP (Candidatura de Unidad Popular) el domingo 27 en Sabadell, del Día de los Inocentes, que celebramos este lunes 28. Pero hay que hacerlo porque no es una broma. Va en serio el bloqueo de la gobernabilidad tras del atrabiliario empate a 1.515 de los militantes dizque anticapitalistas de un partido con el corazón dividido entre los parias de la tierra (Endavant) y la Cataluña una, grande y libre (Poble Lliure).
Los que derrotan hacia la primera de esas causas, dicen "no" a un Artur Mas habituado a moverse entre la corrupción y los recortes. Los que derrotan hacia la causa separatista, movidos por el miedo a ser tachados de malos catalanes, dicen "sí" a ese caudillaje en pos de la republica independiente de Cataluña. Resultado: empate, con prórroga hasta el 2 de enero, fecha fijada por la dirección para decidir si finalmente se apoya o no a Mas en una próxima sesión de investidura, antes de agotar el plazo (10 enero) de convocatoria automática de nuevas elecciones si el aún presidente en funciones no obtiene al menos dos votos positivos de la CUP y la abstención de los otros ocho.
Nunca había caído tan bajo la Generalitat, entendida como el conjunto de las instituciones del autogobierno de Cataluña, ahora paralizadas por el asambleísmo de una fuerza política cuya facturación en las urnas sólo alcanza al 8,2 %. Y así llevamos tres meses, con una Cataluña que camina hacia el abismo en manos de un impostor, Artur Mas, ya convertido en un virtuoso de la discordia.
El president rompe todo lo que toca, incluida, por supuesto, la propia sociedad catalana, hoy partida en dos. No solo la sociedad. También las organizaciones políticas teóricamente llamadas a vertebrarla. O sea, ruptura en su propio partido y en los demás, como bien describía el editorial de un diario madrileño: "El quasi empate de la votación demuestra que bajo el mandato de Artur Mas la regla de la división, la fractura, la fragmentación y el encono, practicadas por el presidente y su equipo, han conseguido difundirse hasta imponerse en prácticamente todos los partidos e instituciones".
Si todavía queda un resto de sentido común en el entorno de Artur Mas, donde siempre reinó la templanza, lo mejor que podrían hacer es persuadirle para dar un paso atrás y acogerse a los beneficios de la jubilación. Y, al tiempo, dejar que corra el calendario sin nuevas sesiones de investidura, de modo que las elecciones quedasen convocadas automáticamente el 10 de enero. Se celebrarían en marzo y entonces, con un nuevo Gobierno en Madrid, las circunstancias serían diferentes y en principio favorables a un diálogo más constructivo sobre el encaje de Cataluña en el orden jurídico-político de España.
Si finalmente es investido Mas y se mantienen los planes independentistas, se mantendrá también un rumbo de colisión, del que nadie saldría ganando.
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