La mayor parte de los analistas económicos localizó el origen de la actual crisis financiera en el proceso de desregulación que había experimentado el sistema económico-financiero mundial en las últimas décadas. Dicho proceso cuestionó, por un lado, la capacidad de los mecanismos estabilizadores del Estado y del sistema económico, de naturaleza fundamentalmente neokeynesiana, para contrarrestar los efectos macroeconómicos de la crisis, que, en otros casos, como en la de 1993, funcionaron. Por otro lado, cuestionaría la ingenua creencia de que los ciclos reales de los negocios, a partir de la nueva escalabilidad y las nuevas fronteras de posibilidades de producción que se abrían con la entonces denominada nueva economía, prevalecerían sobre los ciclos financieros.
La realidad se ha comportado de forma bien diferente. La economía monetaria y la economía financiera tienen sus propias reglas y sus nuevos regímenes de crecimiento, y se han dotado de un peligroso mecanismo de autorreferencialidad que está sentando las bases para el colapso de un sistema económico mundial de naturaleza autopoiética basado en la deuda. Estamos hablando de un sistema perverso en el que la economía real es una ínfima parte de la financiera, y en el que la quintaesencia del sistema, la clave de bóveda, no es un activo sino un pasivo.
El año próximo se cumplirán los 10 años de los primeros síntomas claros de la crisis, y todavía no tenemos un diagnóstico claro ni se han tomado las medidas que originariamente se plantearon en su momento para evitar que esto volviera a ocurrir.
Por un lado los paraísos fiscales siguen existiendo, y, por otro, los intentos de regulación sobre el sistema bancario han generado nuevas fórmulas desreguladas para contrarrestar los eventuales avances del marco regulatorio y de los nuevos requerimientos para la banca convencional. Nos referimos a la nueva ingeniería financiera que se ha venido a denominar como shadow banking, o banca en la sombra, que es tanto fruto, desde el punto de vista estructural, de la desregulación del proceso de desintermediación, como, desde el punto de vista coyuntural, de la situación de restricción generalizada del crédito (credit crunch) que hemos vivido en los años centrales de la crisis. El peso de la banca en la sombra supera la cuarta parte del total de los activos financieros mundiales.
La banca en la sombra hace referencia a aquellas entidades o vehículos de inversión financiera formalmente no bancarios (hedge funds, socimis, crowdfunding, fondos de capital riesgo…) que realizan, desde el punto de vista funcional, las mismas actividades de intermediación financiera que la banca convencional, siempre dentro de la legalidad pero no del marco regulatorio bancario. Al igual que la banca convencional, transforman vencimientos y liquidez sin las garantías público-regulatorias, por lo que generan riesgo sistémico y lo trasladan subrepticiamente al sistema bancario. En muchos casos estamos hablando de nuevos operadores, pero, en otros, hablamos de bancos, especialmente de inversión, que están trasladando actividad a la banca en la sombra.
Esto comporta algunos beneficios, como un mayor y más fácil acceso al crédito, alternativas a los depósitos bancarios en un entorno de tipos de interés extremadamente bajos, así como una mayor especialización en la gestión del riesgo. Perolos inconvenientes son mucho mayores. El principal es el riesgo que genera debido a las menores exigencias de capital y, en su caso, a la sobreutilización de garantías. Nos encontramos, por tanto, con una situación compleja y peligrosa que es preciso regular.
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