Reiterados argumentos vamos a escuchar hasta la saciedad relativos a bien general, sacrificio, diálogo, altura de miras, actitud estadista, nuevos tiempos… y lo que ha votado el pueblo o lo que los ciudadanos han querido. Esta fragancia dialéctica intenta perfumar un ambiente maloliente en el que impera un insoportable hedor de hipocresía y corrupción.
No existen nuevos tiempos cuando de alcanzar el poder se trata. Las tretas para alcanzar la gloria se reflejan en infames glosas que se remontan a los albores de la civilización. Matar, mentir, embaucar, pactar, comprar, vender, boicotear, amar, odiar… son acciones y sentimientos que jalonan el camino hacia la consecución del poder en la historia de pueblos que han sufrido la devastación y la miseria o gozado de progreso y bienestar.
La fina línea que define el modelo de civilización viene determinada por modelos corruptos que saturan al pueblo hasta conducir a reacciones revolucionarias que, pasado el tiempo de instalarse y volver a corromperse, logran superar los niveles de desgracia que pretendían paliar.
El pueblo se equivoca, por supuesto que se equivoca. Y se equivoca con mayor intensidad en proporción a su predisposición al engaño y al desprecio de sus gobernantes. Al insultante esplendor de los zares, la Revolución Bolchevique. A la lisonja versallesca, la Revolución Francesa. A la penuria e incertidumbre, ¡Heil Hitler! Claro, estos ejemplos no se coligen con situaciones actuales, salvo que busquemos en latitudes norcoreanas o hambrunas bolivarianas (el yihadismo merece capítulo aparte).
Winston Churchill perdió la elecciones tras ganar la guerra en Gran Bretaña. Y es que la reconducción de una crisis o los signos de recuperación no son tan expresivos como la promesa de inminente utopía que satisfará, inmediatamente, las necesidades de los más desfavorecidos; el típico espejismo populista. El mejor ejemplo de crisis es arrojar un vaso de agua al suelo. El ejemplo de recuperación es recoger el agua vertida e introducirla en el vaso. Otro camino o versión de recuperación no contempla más recurso que dejar el agua en el suelo, buscar agua de otros manantiales (impuestos, recortes, ruina) y mantener el vaso (un chupito) medio vacío, y decir a la gente que contiene néctar del Olimpo.
La corrupción en destacadas filas del PP y las fragancias emergentes destilan una sensación metálica y eléctrica tal que la reacción de la pituitaria ante una herida cortante inesperada, pero fruto de una imprudencia al manejar un utensilio cortante (voto). Y habremos de estar atentos a los mensajes que admitan posibilismo y sinceridad.
La “sinceridad” del mensaje se refleja en una foto de El Mundo: Pedro Sánchez; atril transparente que descubre una nota manuscrita “hay que decir que primero están los intereses de España antes que los del partido”.
Y me pregunto, ¿alguien subiría a un taxi cuyo conductor llevase anotado en el parabrisas “tengo que circular por la derecha”? ¿Alguien se pondría en manos de un cirujano leyendo una chuleta “el bazo está a la izquierda”? ¿Necesita un cajero del banco un cartel “no quedarme con dinero de los ingresos en metálico”?
Pues tenemos a un negociador de pactos que puede ser presidente del Gobierno de España y que necesita anotar, por si le olvida o no lo tiene claro, que antes están los intereses de España que los del partido. Pues eso. Si sale con barba San Antón, y si no la Purísima Concepción.
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