Gabriela y Miguel: La agricultura en dos miradas

Gabriela y Miguel llevan escrita la historia de la agricultura almeriense en la mirada. No hace falta que la fijen en las matas de pimiento  italiano -el último de la temporada- o en el tapiz verde del invernadero donde cultivan melón piel de sapo.

Basta con que busquen en la memoria aquellos tiempos de los riegos a manta, de los cañizos y los enarenados.

Cuando el pimiento comenzaba a cogerse en marzo y se acababa con las fiestas de San Isidro de  El Parador. Aquella pequeña agricultura del maíz, de la cebada, de los higos y las almendras, de los guisantes. Aquella agricultura de los padres de Gabriela y Miguel. Pero luego llegaron los invernaderos y con ellos novedades como el goteo. 

A diferencia de muchos agricultores del Poniente, Gabriela y Miguel no vinieron de la Alpujarra granadina. Ellos son de aquí, de Roquetas. Gabriela González Moreno (64 años) asegura que ha “todo esto ha sido una maravilla” con la voz algo atenazada por la emoción pero sin dejar de sonreír ni de apuntar que “se ha pasado mal en muchas ocasiones”.  

Los hijos 

Ahora que son los hijos quienes se ocupan de casi todo, las cosas se ven con cierta perspectiva. Miguel explica como ha habido de todo en el relevo generacional de la agricultura. “Ha habido familias en las que los hijos no han querido estudiar, pero tampoco meterse en el invernadero”. Pero ese no es el caso de su familia.  Este matrimonio, que comparte incluso un origen familiar común, ya que sus abuelos eran hermanos, han inculcado en sus tres hijos - José Manuel, Juan Gabriel y Luis Francisco- la ilusión por ver crecer los cultivos y recoger las cosechas. La ilusión por la agricultura. 

A Gabriela le mandan sus hijos casi todos los días fotos de como evolucionan las plantas y su orgullo materno se entremezcla con el agrícola, sin que sea posible distinguir ambos sentimientos.  Recuerda, entonces aquellos tiempos en los que sus hijos, ahora treintañeros comprometidos con la producción agrícola, eran pequeños y se los tenía que llevar al invernadero: “Me pedían un cuchillo y se ponían a cortar pimientos mientas los mayores trabajábamos”. Hay pocas lecciones que se aprendan mejor que las recibidas entre las gotas de sudor de los padres, una experiencia que  Gabriela y Miguel ya tuvieron en su día. 

¿Cómo encajar, entonces, los ataques mediáticos a la agricultura almeriense? En la calma del atardecer en el invernadero Miguel guarda silencio unos instantes pensándose la respuesta. “Si se levantará todo el plástico veríamos un vergel inmenso. Antes era un secarral. Esta zona conocida como Tierras de Almería sólo servía para recoger caracoles. La verdad es que siempre acabo enfadado cuando critican sin razón todo esto”. 

Todo esto es el “milagro almeriense” pero también la biografía de Gabriela y Miguel, un camino escrito en el color pardo de la tierra y en el verde de las platas. Escrito en  la mirada  que han compartido durante  cuatro décadas de trabajo, familia y honradez.

Miguel : “Hortamar es como mi casa”

Miguel Moreno dejó la presidencia de Hortamar hace pocos meses. Ahora le toca ir asumiendo que ya no tiene que afrontar esa responsabilidad. Aún así,  vive el día a día de la cooperativa decana de Roquetas con el mismo sentido de la responsabilidad. A Miguel le llaman cariñosamente el secre porque fue el primer secretario de Hortamar con apenas 25 años. Desde su fundación, ha estado en la cooperativa a la que se incorporó junto a su padre, uno de los pioneros de esta entidad. Por eso, Hortamar es como su propia casa. Gabriela subraya la tremenda entrega que Hortamar ha exigido de Miguel.  El compromiso de su marido ha sido, a veces  una prueba difícil para ella y para su familia, pero, al final predomina el orgullo de pertenecer a Hortamar.