‘Los Coloraos’, historia que ni el silencio pudo enterrar

Durante los años de la dictadura, a pesar de la demolición del Pingurucho, iban en procesión silenciosa cada 24 de agosto a la Plaza Vieja

Imagen antigua del Ayuntamiento con el monumento.
Imagen antigua del Ayuntamiento con el monumento.
Lola González
11:08 • 24 ago. 2016

Preparo el vestido rojo, lo pongo sobre la cama para comprobar que no está arrugado, y mientras me lo pongo va resonando en mi cabeza la Marsellesa. No, no estoy loca, ni me voy de viaje a Francia. Es 24 de agosto y como tantos años me toca ir a la Plaza Vieja a cubrir el acto de homenaje a los mártires de la libertad, los conocidos como ‘Los Coloraos’.
Tenía 18 años cuando descubrí esta historia, y sí soy de Almería de toda la vida pero es lo que tiene cuando estas historias cercanas no te las enseñan en el colegio, que no las aprendes hasta que te topas con ellas. Recuerdo mi primera pregunta cuando me mandaron: “¿y esos quienes son?”.  Mientras me miraba con sorpresa mi jefe madrileño, me puso en antecedentes con paciencia y hasta con penilla.
Desde entonces, sea quizá por la vergüenza que me dio o porque siempre me han apasionado las historias de los luchadores por sus ideas, todo lo que ha rodeado al homenaje a ‘Los Coloraos’ he tratado de ir averiguándolo.
Para los que como yo no saben de lo que les hablo les explico que la historia de estos mártires de la Libertad, sí libertad con mayúsculas, comienza cuando un grupo de liberales exiliados de Gibraltar donde estaban confinados tras la llegada al poder de Fernando VII, intentaron entrar en la ciudad para unirse a los partidarios de la Alpujarra pero en el camino los capturaron en un barranco en Benahadux y tras un juicio sumarísimo, fusilaron a 22 de ellos el 24 de agosto de 1824.




Catorce años después los almerienses levantaron el que sería su primer mausoleo con los restos, y cuatro años después se inició la tradición de homenajearlos cada 24 de agosto. Pero como bien me explica Miguel Naveros, periodista almeriense, “esto ha sido como el Guadiana, se ha hecho y se ha quitado en multitud de ocasiones según los usos políticos”.




A finales del siglo XIX este homenaje era todo un acontecimiento casi social y se trasladó el monumento hasta la Plaza Vieja. Y allí vio la vida pasar hasta que  Francisco Franco decidió visitar Almería en 1943. Hubo quien pensó que la libertad de ‘Los Coloraos’ era demasiado para los ojos del dictador y lo demolieron. Se marchó el monumento pero no el homenaje y es que como recuerda Naveros “había gente como mi padre (José Miguel Naveros) o Juan Pérez que cada 24 de agosto iban en silencio a homenajear a estos mártires”. Y es que ellos nunca lo olvidaron a pesar del silencio de la dictadura, hasta el punto de que Naveros llegó a tener en su casa un desplegable del Pingurucho que le regaló un concejal de la época.




Cuando llegó la democracia los silenciosos quisieron gritar y de la mano de Fernando Martínez y después de hacer toda una campaña para recoger fondos de los almerienses consiguieron poner en pie en 1988 el Pingurucho, el actual, y rescatar este homenaje.




Hubo lágrimas, abrazos y sobre todo, sensación de recuperar la libertad. Parecía que todo estaba hecho aunque por el camino hubo momentos sin Marsellesa y con alguna polémica, pero la verdad es que cuando solo quedan ocho años para que se cumplan dos siglos del suceso, el acto está consolidado aunque eso sí, lo que no pudo el silencio de la dictadura lo está pudiendo el desconocimiento de los jóvenes. Y es que pocos conocen esta historia.
Por eso hoy yo me pongo el vestido rojo y me voy a la Plaza Vieja. ¿Se vienen?







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