En la Séptima Sinfonía de Shostakovich, dedicada al asedio alemán a la ciudad de Leningrado durante la Segunda Guerra Mundial, un avión sobrevuela el cielo de Almería. El artefacto desciende, se aproxima al aeropuerto, coincidiendo con uno de los momentos más mágicos del concierto. ¿Cómo se verán desde ahí arriba a los setenta músicos de la Orquesta Ciudad de Almería (OCAL) tocando como si fueran uno solo?
A ras de suelo, en el Parque de las Almadrabillas, la OCAL y el coro de ochenta voces que la acompaña representan una imagen idílica. En un escenario bañado por el Mar Mediterráneo de una noche fresca de agosto, al abrigo del Cargadero del Mineral -que cambia de color con juegos de luces violetas y azules-, con la Alcazaba iluminada a la espalda y bajo un cielo estrellado, las 5.000 personas que asisten al recital, enmarcado en la programación de la Feria de Almería, participan de un hechizo que tiene que ver con la música, pero que es mucho más que música.
En ese contexto, ‘armonía’ es la palabra que mejor define a la OCAL, que vibra, sube, baja y respira como un único intérprete a las órdenes de un único director, un Michael Thomas en estado de gracia. Armonía que alcanza su momento álgido hacia el final, al interpretar un fragmento de la Novena Sinfonía de Beethoven, o lo que es lo mismo, el Himno de la Alegría. Una de las obras más trascendentales de la historia de la música, símbolo de la libertad y de, precisamente, la armonía entre los seres humanos.
Libertad, armonía, paz. Ahí entra el título del concierto, Guerra y paz. Esa es la denominación bajo la que han agrupado las doce piezas de un programa que no pudo poner mejor punto final a la Feria, incluso al verano, el jueves por la noche. Guerra y paz en alusión a la novela del escritor ruso León Tolstói, que cerró la velada con una frase proyectada en una de las dos pantallas gigantes que había: “Si todos lucharan por sus propias convicciones en el mundo, entonces no habría guerras”.
Éxito de asistencia y voces
Marte, uno de los siete movimientos de la suite Los Planetas de Holst, fue la composición que abrió el concierto ante un patio de butacas casi infinito (las sillas dispuestas por el Ayuntamiento de la capital se quedaron cortas y, desde veinte minutos antes del inicio, ya no había un sitio libre y se multiplicaba el público en pie). Le siguieron In Paradiso, con las voces de un maravilloso coro formado por integrantes de seis agrupaciones de Almería, e In Trutina de la mano de la soprano solista almeriense Maite Ordaz.
La Séptima Sinfonía sumió a los asistentes en el sueño de una noche de verano. Ni la sirena de una ambulancia que pasaba por allí pudo romper un encantamiento que terminó con un larguísimo aplauso y el público puesto en pie. La bellísima La Mañana, de Grieg, contribuyó a engrandecer ese halo de cuento.
Gynopedie número uno de Sadie, Capuletos y Montescos de Prokofiev, Aria de la 3ª Suite de Bach y Nimrod de Elgar configuraron la parte central de la velada que vivió otro momento sublime con La gran puerta de Kiev, de Musorgski, que acabó en un estallido de fuegos artificiales que rompió la oscuridad del cielo.
No fue la última sorpresa de la noche. En el Himno de la Alegría, el coro regresó a escena devolviendo a la estampa toda la solemnidad y en la Obertura 1812 de Tchaikovsky, última pieza prevista en el programa, el Grupo de Artillería de la Brigada de la Legión disparó una salva, cuyo primer cañonazo suscitó el murmullo general. Los estruendos -y nuevos fuegos artificiales- se terminaron acompasando a la obra, reconocida por su final triunfal con un repique de campanas que sonó en las Almadrabillas como si el público estuviese en la mismísima Catedral. Cañonazos que se diluyeron en el repique de campanas. El triunfo de la paz sobre la guerra.
Ante esa apoteósica despedida, el público se fundió en un interminable aplauso mientras Michael Thomas abrazaba a sus músicos e invitaba a salir al escenario a la soprano Maite Ordaz. Los componentes de la OCAL agradecieron la ovación haciendo sonar sus instrumentos.
Tres bises -uno de ellos de un clásico, la Danza del Sable de Jachaturián- pusieron la guinda a una noche inolvidable en la que miles de almerienses emprendieron el camino de vuelta a casa, ya en el silencio de la noche, con la certeza de estar orgullosos de su orquesta.
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